Itinerantes. Revista de Historia y Religión 22 (jul-dic 2025) 172-187
https://doi.org/10.53439/revitin.2025.2.10
La revista Stella en la Catamarca del Centenario: “Todo, hasta el último aliento, para la Religión”
Stella magazine in the Centennial Catamarca: "Everything, until the last breath, for Religion"
Jorge Alberto Perea
Universidad Nacional de Catamarca
https://orcid.org/0009-0005-3575-3912
Christian Diego Morales
Hemeroteca Municipal de San Fernando del Valle de Catamarca
http://orcid.org/0009-0005-2412-9356
christiandiegomorales@gmail.com
Resumen
En agosto de 1908, se publicó en Catamarca el primer número de “Stella, revista consagrada a nuestra Señora del Valle” que surgió con el propósito declarado de instruir a los fieles católicos, difundir el culto mariano y dar cuenta de las gracias, peticiones y milagros atribuidos a la imagen milagrosa de la Virgen del Valle. En este artículo reconstruimos los orígenes de la revista catamarqueña, caracterizamos su plano de circulación dentro de la prensa católica de la época y analizamos algunas de las instancias políticas y sociales que atravesaron su primera década de existencia. Además, nos interesa recuperar los posicionamientos y representaciones que Stella consideró adecuado asumir ante los conflictos que signaron a la Argentina y a la Catamarca del Centenario.
Palabras clave: prensa católica, Catamarca, centenario, Stella.
Abstract
In August 1908, the first issue of “Stella, magazine consecrated to our Señora del Valle” was published in Catamarca, which appeared with the declared purpose of instructing the Catholic faithful, spreading the Marian cult and giving an account of the graces, petitions and miracles attributed to the miraculous image of the Virgin of the Valley. In this article we reconstruct the origins of the catamarqueña magazine, characterize its circulation plan within the Catholic press of the time and analyze some of the political and social instances that crossed its first decade of existence. Furthermore, we are interested in recovering the positions and representations that Stella considered appropriate to assume before the conflicts that signed Argentina and the Centennial Catamarca.
Keywords: catholic press, Catamarca, centenario, Stella.
Fecha de envío: 25 de agosto de 2025
Fecha de aceptación: 25 de octubre de 2025
Introducción
Esta presentación se inscribe dentro del proyecto PIDI II 2024-2025 “Debajo del manto de la Virgen del Valle. Aproximaciones al catolicismo como cultura política en la Catamarca de la primera mitad del siglo XX corto (1918-1945)”. Nuestro equipo de investigación está conformado por un grupo de docentes, egresados y alumnos avanzados de la Facultad de Humanidades, UNCA. El objetivo general del proyecto es reconocer y problematizar algunos discursos, prácticas, espacios de sociabilidad y experiencias que han contribuido a la conformación del catolicismo como una cultura política en Catamarca. En nuestra perspectiva, este proceso tuvo un efecto aparentemente paradójico a escala local. Pues, si bien las acciones de los laicos católicos se realizaban bajo la órbita de influencia de la institución Iglesia, gradualmente, también permitieron consolidar ciertos tipos de sociabilidad cada vez más autónoma en el mundo católico catamarqueño. En esta oportunidad, realizaremos un análisis y caracterización histórica de la primera década de “Stella, revista consagrada a nuestra Señora del Valle” que lanzó su número inicial en el año 1908 y que, con algunas interrupciones, continúa editándose hasta la actualidad.
Para nosotros, en esos años, Stella estuvo lejos de ser una publicación estrictamente piadosa. Consideramos que una atenta lectura de su contenido nos puede permitir reconocer cuáles eran las preocupaciones sociales más importantes entre los católicos catamarqueños, recuperar ciertas representaciones que se hacían del pasado nacional en el contexto del Centenario y reconstruir las referencias y prácticas de vinculación que los redactores de Stella se proponían establecer con la cultura católica a escala nacional y mundial a comienzos del siglo XX.
El análisis del discurso se apoya en una lectura contextual e intertextual de las notas editoriales y secciones de la revista, buscando identificar las representaciones y los recursos retóricos con los cuales se legitimaron determinadas posiciones políticas y morales dentro del campo católico provincial. Para este trabajo, se consultaron los números de Stella entre 1908 y 1919 conservados en la Hemeroteca Municipal Padre Ramón Rosa Olmos. Se realizó un análisis cualitativo de los editoriales, las secciones “Lectura amena” y “Correspondencia”, junto a una serie de avisos publicitarios que eran pagados por los suscriptores y colaboradores, a fin de identificar los ejes discursivos que articularon la noción de catolicismo como cultura política en la provincia de Catamarca durante nuestro periodo de análisis.
En diálogo con los aportes de Devoto (2002), Mauro (2010) y Lida (2015), entendemos el catolicismo no sólo como una adhesión religiosa, sino como una cultura política que articuló discursos, prácticas y sensibilidades en torno a una moral pública y a una concepción jerárquica del orden social. En este sentido, la revista Stella no sólo difundió devociones, sino que participó activamente en la configuración de esa cultura política católica en Catamarca, en conexión con el integrismo francés y con debates más amplios sobre la nación y la modernidad en tiempos de los Centenarios.
Stella: un programa de acción para el mundo católico catamarqueño
“Stella, revista consagrada a Nuestra Señora del Valle” se publicó por primera vez el 15 de agosto de 1908 en la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca y estableció su redacción en la casa del capellán del Colegio del Huerto. Se iniciaba, así, una longeva trayectoria de Stella que, con varias interrupciones y cambios en su formato y en su frecuencia, sigue cumpliendo hasta la actualidad su rol de revista del santuario mariano en donde se venera la imagen de Nuestra Sagrada Virgen del Valle.
Evidentemente, la fecha elegida para su lanzamiento: el día de la Asunción de la Virgen de acuerdo a la tradición y a la doctrina de la Iglesia católica, estaba destinado a explicitar para sus lectores cuál era uno de los objetivos principales del nuevo medio de prensa católico: difundir los testimonios que realizaban devotos agradecidos por los favores recibidos de parte de la advocación conocida popularmente como “la Morenita del Valle”1 y reconocer las tareas de las congregaciones y hermandades que en la provincia contribuían al sostenimiento de su culto. La decisión de registrar los milagros de la Virgen del Valle no era novedosa. Los primeros registros escritos datan desde 1764 (Lorandi y Schaposchnik, 1990) y esta práctica fue establecida en forma sistemática a fines del siglo XIX por los vicarios foráneos José Segura, Francisco Brizuela y Rafael D’ Amico para fundamentar el pedido de coronación pontificia que se gestionó en Roma a través del fraile franciscano Bernardino Orellana, quien también hizo varias publicaciones al respecto (Chaile, 2014). A partir de 1908, con un formato periodístico de carácter ameno y una periodicidad quincenal, Stella procuraría demostrar cómo se multiplicaban, semana a semana, los testimonios de fieles y promesantes de todo el noroeste argentino que venían a la catedral catamarqueña para agradecer las intervenciones milagrosas de la imagen entronizada durante el año 1891.
Sin embargo, desde su primera página, Stella también anunció que no sería, únicamente, una “revista de devociones”, ya que en su programa editorial se contemplaba cumplir con la máxima del sacerdote y periodista catalán Félix Sardá y Sálvany: “Nada, ni un pensamiento para la política. Todo, hasta el último aliento, para la religión”. Para los redactores de la publicación católica catamarqueña, todo problema religioso casi siempre se empalmaba con algún problema político, “a la manera de la misteriosa cadena que liga a los seres de la Creación” y, por lo tanto, volvería necesario que ellos se expidieran al respecto.2
¿Qué tipo de revista era Stella? Miranda Lida sostiene que es posible clasificar a la prensa católica de las primeras décadas del siglo XX en tres planos de circulación. Un primer grupo, correspondía a la prensa de las grandes ciudades que replicaban (con mayor o menor fuerza) el tono y formato de los principales diarios y revistas liberales de la época. En un segundo grupo se encontraban los periódicos católicos que comenzaron a editarse en los espacios locales para polemizar con los efectos del proyecto laicista de la Generación del 80. Y, por último, en un tercer nivel jerárquico, se encontraban “las publicaciones de índole parroquial, destinadas a una feligresía acotada. A veces, estas publicaciones eran minúsculas y se conformaban con ser solo unas pocas hojas sueltas que se entregaban el domingo a la salida de la misa” (Lida, 2006: 61-62).
Desde sus orígenes, Stella se inscribió tácitamente en el segundo grupo de publicaciones y se propuso constituir un ethos de enunciación que esperaba convertir en la representación cabal del catolicismo catamarqueño. Esta voz localizada debía afrontar varios y urgentes desafíos que fueron sintetizados en una esquela enviada al equipo de redacción de Stella por Pablo Padilla y Bárcena, obispo de la provincia de Tucumán y de quien dependió el vicariato de Catamarca hasta su constitución como jurisdicción eclesiástica independiente en 1910. Los responsables de escribir gran parte de las notas de Stella eran los presbíteros Pedro Martín Oviedo, José Cisneros y Aníbal Villagra, integrantes, según caracterizaba Padilla y Barcena, del “joven clero de mi Diócesis” y que ya, durante su temprana etapa de formación sacerdotal, se habían familiarizado con las tareas periodísticas escribiendo en El Choyano,3 la hoja dominical de los seminaristas (Aybar, 2001:68).
Si bien todos compartían cierta experticia, el Pbro. Oviedo quedó a cargo de la dirección de la revista pues era un valorado colaborador de la cada vez más amplia red de publicaciones católicas de todo el país, en las que solía firmar sus escritos bajo el pseudónimo de Ricardo Risch. El obispo felicitó a la redacción por su decisión de “salir a la arena de la prensa diaria o periódica en defensa de la verdad, de las costumbres cristianas y de la sólida piedad”. Aunque en su carta, Padilla y Bárcena enumeraba algunas de las preocupaciones frecuentes para el integralismo católico de comienzos del siglo XX -el avance del positivismo en las ideas, la indiferencia religiosa y la pornografía que era impulsada por “la mala prensa”- también destacaba que el clero secular y regular debía salir del templo, para llevar “en hojas, volantes, a sus propios domicilios [de los creyentes] el pan de la vida, el alimento espiritual de la verdad”.4
Los redactores de la revista, formados en el Seminario del Valle bajo la influencia de los padres lourdistas, pueden entenderse, en el sentido que propone Ana Teresa Martínez (2013), como “intelectuales de provincia”: mediadores culturales que, desde un espacio periférico, contribuyeron a la instalación de sentidos e ideas que también circulaban en circuitos más amplios, pero en los que se participaba intentando mantener a “la provincianía” como el lugar propio de enunciación. A la vez, como sugiere Flavia Fiorucci (2013), los lectores y colaboradoras de Stella integraron una sociabilidad letrada católica, femenina en gran medida, que articuló devoción, asistencia y participación pública dentro de los márgenes de la Iglesia.
Además, inferimos que para estos curas la condición de redactores de Stella era útil como estrategia de legitimación intelectual dentro de la propia institución Iglesia católica provincial y, progresivamente, también les permitió establecer una serie de vínculos de carácter capilar con laicos católicos de toda la provincia. Algunos de estos fieles estaban dispuestos a servir de agentes en la búsqueda de nuevos suscriptores o deseaban participar en algún número de la revista contribuyendo con notas de opinión, poesías de carácter moralizante y noticias de tinte localista.
Objetivamente, el contexto económico y social local no era el más indicado para que una publicación gráfica de cualquier signo ideológico pudiera sostenerse en el tiempo. San Fernando del Valle de Catamarca no tenía más de 12000 habitantes y casi carecía completamente de una infraestructura pública que la hiciera acorde a la calificación de “ciudad”. Por ejemplo, tan solo 6 años después de la publicación del primer número de Stella, el censo nacional de 1914 especificaba que la pequeña capital de provincias estaba surcada en su totalidad por calles de tierra y tenía una extensión superficial de 241 hectáreas en la que se distribuían 1270 casas bajas construidas en su gran mayoría con material de adobe, a razón de 7 habitantes por vivienda. Quizás por eso, en vísperas del Centenario de la Revolución de Mayo, Stella lamentaba que el gobierno de la Nación estuviera decidido a destinar importantes sumas de dinero “para adornar Buenos Aires” y que, por el contrario, “en medio de tanta obra, siquiera algo de lo que hacía falta” no llegara a “nuestra pobre provincia” (Stella, 3 de julio de 1909, pp.38-39).
Entonces, en una provincia con ingentes problemas económicos, ¿quiénes financiaban el proyecto editorial de unos curas jóvenes con intenciones periodísticas? Un análisis de la nómina de los 60 “devotos de la Virgen del Valle” que contribuyeron económicamente a esta empresa nos provee algunas certezas. Casi todas fueron mujeres. 50 damas pertenecientes a la Conferencia Vicentina de Nuestra Señora del Huerto y a la Asociación Las Hijas de María que, en general, aportaron pequeñísimas sumas de dinero no mayores a los $0,20 centavos. En el listado de agradecimientos se destacaban el señor José A. Terán con $25,00, Javiera de Castellanos con $20,00 y Luciana de Méndez con la suma de $100,00. Ciertamente, sus contribuciones eran vitales para asegurar la periodicidad de la publicación, ya que la suscripción adelantada por mes era de $0,40, por año de $4,00 y el número suelto se adquiría a $0,20.
El estrecho círculo de suscriptores de Stella también formaba parte de lo que Marcelo Gershani Oviedo (2013:107) ha conceptuado como el universo de privilegiados que, en los siglos XVIII y XIX, lograron fortalecer esta condición gracias a los mecanismos de cohesión acordados entre las elites gobernantes y el clero local. En esa etapa histórica, las prácticas de difusión y consolidación de la devoción de Nuestra Señora de la Virgen del Valle (construcción de la Iglesia-Santuario, pertenencia a las cofradías, conformación de una narrativa de carácter hegemónico sobre los milagros de la Virgen) permitieron asociar, con un importante grado de éxito, a determinadas estirpes familiares con el sostenimiento y monopolización de los simbólicos espacios de culto en San Fernando del Valle de Catamarca.
A comienzos del siglo XX, gracias a los aportes de un asociacionismo de carácter elitista y marcadamente jerárquico (en el que los “avisos preferidos” de profesionales ligados al régimen conservador de la provincia como los abogados Rafael Robín Escalante, Agustín Correa, Sinforeano Herrera y Federico Espeche cobraron cada vez más relevancia en sus páginas) la revista Stella logró renovar los circuitos de difusión a escala local de la memoria mariana. Esto era una cuestión de gran importancia. Pues era interés de la jerarquía eclesiástica separar “verdad” de “fantasía” entre los innumerables relatos orales que seguían transmitiéndose en forma masiva sobre la historia y los milagros de la Virgen del Valle.
En los últimos años del siglo XIX, esta preocupación fue el motivo de agrias polémicas entre los propios miembros del clero y con los escritores liberales que disputaron la primacía sobre el tipo de criterio historiográfico que debía considerarse como el indicado para narrar la historia de la Virgen del Valle. Algunos de los protagonistas de este enfrentamiento fueron el Pbro. Pascual Soprano, autor de “La Virgen del Valle y la Conquista del antiguo Tucumán” (1889) y el fraile Bernardino Orellana que, un par de años antes, había publicado su “Ramillete histórico de la Virgen del Valle” (1887). En la introducción de su obra, Soprano acusó a Orellana de hacer gala de un escaso rigor investigativo, ya que recurría a las “crédulas beatas” como principal fuente documental y, por su parte, el fraile franciscano también se ocupó de denostar al sacerdote español, señalando que aquel no estaba interesado en honrar la fe, sino que su principal ambición eran las ganancias que podía obtenerse con la venta de su libro.
En la misma época, Adán Quiroga y Samuel Lafone Quevedo comenzaron a publicar en los periódicos locales Los Andes y El Montañés una serie de notas en las que presentaban sus propias versiones sobre el origen de la imagen sagrada. Uno de estos, el artículo/conferencia de Quiroga “La tradición religiosa, la Virgen del Valle y la epopeya Calchaquí” (1892) no tardó en inspirar una durísima respuesta por parte del Pbro. Rainiero Lugones, una de las más afiladas plumas periodísticas del integrismo católico. En un folleto publicado en Catamarca durante 1893, Lugones señaló que “el ilustrado” Adán Quiroga cometía una doble herejía, ya que pretendía negar la intervención de la divina providencia como única explicación para el origen de la Virgen del Valle y, al mismo tiempo, vinculaba el cariño que la imagen seguía despertando en “las gentes simples” con “las antiguas supersticiones del indio” (Lugones, 1892). Para saldar la discusión, Lugones no se valía únicamente de una argumentación de carácter teológico, también recurría a los documentos coloniales escudriñados por Lafone Quevedo y que sirvieron de base para La historia de la Virgen del Valle (1897). A su turno, Lafone Quevedo (1897) tampoco matizó su crítica contra el autor de Calchaquí ya que consideró que la “poética descripción” de Quiroga era un tributo a “la flojedad catamarcana” que optaba por imaginar lo ocurrido, antes que por intentar buscar la prueba fehaciente de los hechos.
¿Cómo apareció la Virgen del Valle? ¿En qué cerro estaba la pequeña cueva? ¿Por qué apareció primero ante los indios? ¿Con qué material estaba constituida la sagrada imagen? ¿Era obra del hombre o de la gracia divina? ¿La Morenita intervino a favor de los españoles en las Guerras Calchaquíes o solo intercedió para separar a los contendientes de la lucha? Estas y otras preguntas seguían circulando en la Catamarca del Centenario y, lejos de aquietarse, las discusiones en torno a cómo contar lo pasado todavía subsistían.
Para evitar que las versiones consideradas apócrifas se siguieran extendiendo, Stella se propuso pedagogizar al respecto. Por ello, en las páginas de la sección “Lectura amena” se solían presentar fragmentos de la historia de Lafone Quevedo. Especialmente, aquellos episodios en los que la Sagrada Imagen de la Virgen del Valle protegió a los conquistadores españoles contra los ataques de los pueblos calchaquíes. Recién en 1915, el padre lourdista Antonio Larrouy lograría saldar el conflicto sobre la verdad histórica al publicar los “Documentos relativos a Nuestra Señora del Valle de Catamarca” que, a diferencia de los textos antecesores, generó un beneplácito generalizado entre la comunidad de historiadores por su declarada intención de respetar estrictamente las premisas heurísticas de la Escuela Metódica francesa.
Desde entonces, tanto para la propia Iglesia católica como para los investigadores profesionalizados, la historia de Larrouy se convirtió en la fuente que se debía tomar indefectiblemente como base de cualquier relato sobre la Virgen del Valle.
Referencias periodísticas, redactores y lectores
Aunque quienes escribían en Stella no eran periodistas de carrera, sí tenían plena conciencia de cuáles eran sus referencias a seguir en el oficio: literatos tradicionalistas franceses como Paúl Bourget y Francisco Coppée y, ante todo, sacerdotes como el ya citado catalán Félix Sardá y Sálvany, el eclesiástico de origen aristócrata Emmanuel d’Alzon, el asuncionista Vincent de Paul Bailly o el propio Edmond Loutiel, que luego se haría muy conocido durante el periodo entreguerras por sus notas firmadas con el seudónimo Pierre d’Ermite en el diario monárquico y antirrepublicano La Croix. Por supuesto, la importante influencia del catolicismo integrista francés no era ninguna sorpresa, ya que los padres Misioneros de la Inmaculada Concepción estaban a cargo del Seminario Menor y Mayor de Catamarca desde 1890, fecha en que habían arribado a la provincia dos sacerdotes, tres hermanos y nueve novicios gracias a las gestiones realizadas por el franciscano catamarqueño fray Bernardino Orellana en la ciudad de Burdeos (Padilla, 2023). Uno de esos estudiantes era el propio Antonio Larrouy quien, luego de ordenarse sacerdote, cumplió sucesivamente el rol de docente y de director del Seminario. Larrouy fue, ante todo, un prodigioso recopilador de fuentes documentales y un lúcido historiador del pasado colonial del noroeste argentino que, además de los ya citados Documentos, llegó a redactar una serie de informes monumentales sobre el precario estado en el que se encontraban los archivos catamarqueños, tucumanos y cordobeses.
En 1910, bajo la dirección del padre Bernardo Rives, los padres Lourdistas conformaban la totalidad del cuerpo docente de la casa de formación sacerdotal e incluyeron al francés como idioma moderno obligatorio en los programas de estudios y también pusieron a disposición de los más aventajados discípulos una biblioteca propia en la que, junto a las lecturas estrictamente dedicadas a la teología, se entremezclaban textos de cuño monárquico, ultramontano y contrarrevolucionario. Por lo tanto, no resulta sorpresivo que los integrantes del clero secular formados en este ámbito asumieran que sus horizontes de preocupaciones se vinculaban, casi naturalmente, con los avatares de los católicos europeos. Para dar cuenta en Stella de esta cuestión, tradujeron innumerables notas sobre, por ejemplo, las consecuencias funestas generadas por la educación laica en Francia luego de que la Tercera República decidió prohibir a los religiosos dedicarse a la enseñanza (1901) y aprobar la ley de separación de la Iglesia y el Estado (1905).
Ahora bien ¿cómo se hacía un medio de prensa católico en Catamarca? Paradójicamente, una revista que pretendía ser un escudo doctrinario ante los embates del mundo moderno, no pudo evitar que, en numerosas oportunidades, su salida quincenal se retrasara debido a dificultades en la provisión del papel, por la especulación en los precios de insumos para la impresión o, lo que todavía resultaba peor, por las huelgas de los obreros gráficos catamarqueños en demanda de mejores salarios. En su primera etapa, Stella se imprimió en los talleres gráficos de un empresario y periodista de larga trayectoria, el catalán José N. Reydó, que editaba desde 1897 La Ley, un periódico conservador con el que protegía en verdaderas “guerras de tinta” al gobernante partido Unión Provincial (UP) contra las invectivas de El Día y su dueño, el periodista radical Manuel Ponferrada. Durante más de una década, Reydó fue un aplicado militante de la UP, pero en 1912, junto a otros dirigentes de esta expresión local del viejo Partido Autonomista Nacional, protagonizó un sonoro pase de armas a las filas de un radicalismo que se preparaba para las primeras elecciones que debían realizarse bajo el imperio de la Ley Sáenz Peña (Ibáñez y Alvero, 2009).
La ruptura del siempre oficialista Reydó con el conservadurismo catamarqueño, hizo más patente la necesidad del mundo católico local de contar con un medio de producción gráfico propio con el que se pudiera asegurar, sin intermediarios, la subsistencia de una prensa con características doctrinarias. Recién en 1918 se lograría este anhelado objetivo, cuando los herederos de Reydó decidieron vender la rotativa de La Ley a “un núcleo de caracterizados caballeros” católicos integrados en la empresa editora Propaganda y se comenzó a editar El Imparcial (1918-1921). Desde su primer número, este periódico pretendió “ser un arma pronta a ser esgrimida cuando se produzca la agresión; un instrumento de defensa de los principios religiosos; además, porque el periódico no contendrá nada que pueda contrariar las doctrinas enseñadas por la Iglesia”.5
¿Y quiénes eran los lectores de Stella? Aunque el sistema de suscripción aseguraba un número de lectores fijos que, por otra parte, eran debidamente reconocidos en un listado que se renovaba todos los números, la necesidad de incrementar el público lector se convirtió en una preocupación constante para la revista. En el nuevo siglo, ya no bastaba con los notables católicos que repetían sus nombres en diversas organizaciones políticas y culturales, en la prensa o en la gestión pública. Sin tapujos, en una actitud propagandística que no se diferenciaba para nada de la que podían sugerir los agitadores que distribuían en forma anónima los folletos socialistas o ácratas, se empujaba a cada uno de sus “asiduos lectores” a buscar nuevos suscriptores, “cuyos nombres podrían mandar juntamente con el importe de la suscripción, a la Administración, casa del capellán del Huerto”.6
A partir de la creación de la diócesis en 1910, el obispo Bernabé Piedrabuena se preocupó, entre otras muchas tareas, por dinamizar la circulación de Stella en la extensa red parroquial catamarqueña y, año tras año, exigió un preciso informe de la cantidad de ejemplares vendidos en cada una de las parroquias. Con todo, la publicación no dejaba de ser deficitaria y su dirección solía solicitar préstamos a la propia curia para asegurar su continuidad y, también en ocasiones, el “excesivo celo” puesto en su difusión por las y los laicos que actuaban de agentes voluntarios, generó fricciones con los propios curas párrocos que protestaban porque algunos fieles preferían pagar la revista y no contribuir en forma regular con el deber de la limosna. A pesar de los frecuentes tropiezos de carácter económico, Stella no fue discontinuada, probablemente porque lograba cumplir, con cierta eficacia, la intención de acercarse al fenómeno del consumo de masas y a la expansión de la industria cultural que la propia Iglesia católica avizoraba como una cuestión inexorable a escala local. Clarificador, en este sentido, es un fragmento editorial en el que se reconocía la necesidad de
llevar las enseñanzas del púlpito y del confesionario en alas de la prensa diaria y periódica al seno de los hogares, como el teléfono lleva la dulce voz de la madre, del amigo, como el gramófono conduce, deleitándonos, las melodías de los artistas y las palabras de los oradores célebres.7
En poco tiempo, Stella se convirtió en un recurso clave para la consolidación de una bulliciosa sociabilidad católica que se expresaba en innumerables colectas, conferencias, misas, fiestas patronales, procesiones y entronización de imágenes en los más recónditos pueblos y parajes del territorio catamarqueño. Todas estas prácticas eran, para la revista, alentadores síntomas de la anhelada “reacción” católica que, indefectiblemente, lograría vencer, ya que, en términos simbólicos, la sagrada imagen de la Virgen Morena intervendría nuevamente -como lo hizo durante las guerras calchaquíes- para proteger a la nación de sus nuevos y más peligrosos enemigos: el laicismo y las ideologías maximalistas.
Esta “reacción católica”, en términos de López Cantera (2023), puede entenderse como una estrategia de recomposición identitaria de la Iglesia católica ante el avance del secularismo estatal y las ideologías modernas que se había iniciado en el siglo XVIII con la Ilustración. Este “aborrecido liberalismo” engendró al comunismo como su heredero político y esta falsa alternativa debía ser combatida y denunciada sin rodeos desde la prensa católica. En Stella, esta reacción se tradujo en una pedagogía moral y en la defensa de un orden social jerárquico que vinculaba religión, patria y moral pública.
Stella y su exhortación al acuerdo entre el Estado, los obreros y los patrones
Si bien entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, Argentina experimentó un importante crecimiento gracias a su inserción en el mercado internacional mediante la exportación de productos primarios, también se produjeron importantes tensiones sociales y patentes desigualdades entre las clases sociales y las provincias que eran beneficiadas o perjudicadas por este modelo económico. Al respecto, la prensa católica sensibilizada por la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII (1891) propuso su propia lectura de lo que categorizaba como “la cuestión social”. Desde su publicación, la carta papal tuvo un duradero efecto entre muchos católicos argentinos y los impulsó a intervenir cada vez más activamente en las tareas de beneficencia y en la defensa de los derechos laborales. Para los católicos, el acuerdo entre el Estado, los obreros y los patrones era la única solución factible para sostener la concordia social y evitar la ira revolucionaria de los explotados que ya avizoraba como inexorable entre el humo generado por los festejos del Centenario de la Independencia.
En este sentido, durante sus primeros números, Stella prefirió amonestar a “ciertos patrones y patronas” por no otorgar a sus empleados el tiempo necesario para cumplir con sus deberes religiosos antes que por pagar un salario indigno.8 Sin embargo, muy pronto debió abandonar esta caracterización de la pobreza como una cuestión de carácter predominantemente moral. A partir de 1909, el creciente éxito de la sindicalización de carácter socialista a nivel local generó un marcado cambio de registro en su tratamiento sobre las cuestiones de orden social. Desde entonces, en casi todas las ediciones de Stella se protestó contra la influencia del maximalismo entre los trabajadores, la inacción del Estado ante los reclamos sociales y la falta de sensibilidad de los capitalistas. En su perspectiva, la Iglesia católica hacía su parte organizando a los trabajadores en los Círculos de Obreros, estimulando la caridad por parte de las asociaciones de damas vicentinas y realizando innumerables conferencias en las que oradores muy populares como el Padre Gustavo Franceschi o el Pbro. Dionisio Napal difundían la doctrina social cristiana como “única forma capaz de orientar la solución de los problemas modernos”.9 Sin embargo, luego del triunfo del movimiento revolucionario en Rusia que instauró un régimen comunista, siguieron acrecentándose los temores de que la bandera nacional fuera reemplazada muy pronto por “el trapo rojo del socialismo; y la idea de la Patria por la de la solidaridad o compañerismo universal”.10 Para evitar, esta catástrofe era necesario que los más ricos aceptaran “las reformas razonables y practicables”, con las que el catolicismo social procuraba
Suavizar, entre tanto, los males que para el proletariado resultan del sistema actual (y de la propiedad privada del capital); y yendo más lejos, hacen lo posible por introducir modificaciones en ese mismo sistema actual que, según bien fundadas probabilidades, no desaparecerá sino dentro de mucho tiempo.11
Según Stella, este “espíritu práctico” demostrado por los católicos sociales era el único modo válido de defender, al mismo tiempo, al orden social vigente y de propiciar la organización legítima del proletariado. En contraposición, los dirigentes socialistas no querían reformas, exigían un cambio total “que no se verificará sino después de no pocos años, y ¿entre tanto?”.12
Stella y el “terror rojo”
Los acontecimientos de la Semana Trágica de Barcelona en agosto de 1909 no hicieron más que confirmar estas aprensiones y, sobre todo, brindaron algunas enseñanzas del cómo era necesario afrontar el “terror rojo”. En la visión de los redactores de Stella, cuando se hacía necesario defender a la patria, el uso de la violencia estaba plenamente justificado. Por esta razón, y contraponiéndose a la ola de protestas a nivel mundial que también tuvieron su correlato en Catamarca, justificaron el infame fusilamiento del pedagogo Francisco Ferrer Guardia al caracterizarlo como “un revolucionario peligroso, cuya famosa Escuela Moderna fue el foco del anarquismo de donde salieron los ácratas más sanguinarios”.13
Sintomático de esta lectura conspirativa de los conflictos sociales es la apreciación que Stella vehiculizó sobre la sangrienta represión soportada por el movimiento obrero en la ciudad de Buenos Aires durante enero de 1919. Por razones fortuitas, uno de sus colaboradores más renombrados, el presbítero Alberto Molas Terán, fue testigo directo de la Semana Trágica argentina y, en un largo y detallado artículo, contó su propia versión de los hechos a los lectores catamarqueños.
Hemos sido testigos de la revolución social vencida al cabo de cuatro días de terror. Las crónicas han circulado con profusión por todo el país (…) La verdad que cayeron a centenares los pájaros de cuenta; la Morgue semejábase a bodega de trasatlánticos repleta de cadáveres, la asistencia pública no puede aún sumar los muertos y heridos que levantó, y en el cementerio de la Chacarita se relevaban exhaustos los enterradores. Pero los ácratas no se acabaron (…) ¿Y qué han hecho los curas durante la semana roja? Defenderse a tiros donde fue necesario (…) La legítima defensa es también del quinto mandamiento, y muy práctica para conservar la vida que Dios nos presta.14
El artículo de Molas Terán -quien además escribía en el diario católico paranaense La Acción15- respondía más al estilo de la prensa sensacionalista que al de un periódico confesional. Sin embargo, convivía sin fricciones con apostillas piadosas que relataban, por ejemplo, la curación de un devoto de las hemorragias nasales, los agradecimientos de una maestra o las ofrendas por favores recibidos. En esos registros diversos -el teológico-doctrinario y el de noticias de interés general- Stella ofrecía a sus lectores la imagen de una Argentina al borde de la disgregación.
Frente a ese cataclismo, que era considerado inminente, la única salida posible era la alianza estrecha entre la Iglesia, las clases dirigentes y las Fuerzas Armadas. La crónica de la Semana Trágica cristaliza así una sensibilidad que, en los años de entreguerras, alimentaría de modo constante al nacionalismo católico: una lectura conspirativa de la protesta obrera, la exaltación de la alianza entre Iglesia, élites y militares, y la legitimación de la violencia defensiva.
En este contexto, el catamarqueño Molas Terán, junto con sacerdotes como Julio Meinvielle y Leonardo Castellani, se convirtió en uno de los principales divulgadores de este imaginario inflamado, en el que se fundían nacionalismo autoritario, tradicionalismo católico y anticomunismo.
Desde su condición provinciana, Stella también buscó ocupar un lugar protagónico en esta disputa, convencida de que ni el clero ni los laicos catamarqueños podían permanecer al margen. A nuestro entender, esta actitud vuelve a Stella un eslabón temprano (provincial, pero doctrinalmente conectado) de esa constelación nacional-católica que, durante los años 30, alcanzaría un lugar central en la política argentina.
A modo de Conclusión
En el primer número de Stella, el obispo de Tucumán se preguntaba “¿Qué hacer ante la mala prensa, las lecturas pornográficas e impías?” Para Pablo Padilla y Bárcena era necesario combatirla con la buena prensa y sus lecturas de tipo moralizador y edificante que podían contribuir a revivir la fe de los fieles católicos en un mundo cada vez más acuciado por las tentaciones ofrecidas por la modernidad. Por esa razón, en la Catamarca del Centenario, la nueva revista católica debía ser, junto a la Virgen María, una estrella (stella) que sirviera de guía para muchas almas en su camino a la salvación. Aunque, si bien se declaró en su programa, Stella estaba consagrada a la devoción de Nuestra Señora del Valle, con “sus modestas fuerzas” no dudó en involucrarse dentro de la arena de la prensa periódica para defender las costumbres cristianas de sus principales enemigos: el positivismo científico, las ideas laicistas, el socialismo y el maximalismo revolucionario.
Contra estos adversarios, que eran representados como los responsables del desmoronamiento de la sociedad, Stella contrapuso un catolicismo de carácter integrista, en el que no estuvieron ausentes ni la preocupación por “la cuestión social” ni los continuos llamados a la concordia entre patrones y obreros. Pero para transmitir con vigor su línea editorial, se necesitó del apoyo económico de un pequeño grupo de suscriptores vinculados a la elite dirigente de la provincia. Además de esta ayuda, paulatinamente, Stella también generó una amplia red de distribución en toda la diócesis catamarqueña que, en parte, fue considerado por la propia jerarquía local como un alentador síntoma de la reacción católica. Si bien, en sus páginas, la comunicación de los favores que recibían los devotos de la Virgen del Valle siempre ocupó un lugar destacado, Stella no era “una simple revista de devociones”. Por el contrario, su equipo de redacción (integrado por miembros jóvenes del clero secular) procuró convertirla en un instrumento de carácter ideológico para lograr intervenir efectivamente en una confrontación a escala universal entre la cristiandad y quienes pretendían, a sus ojos, acabar con la verdadera religión.
En síntesis, Stella constituyó mucho más que una revista piadosa: fue un espacio de producción cultural y política que reflejó la búsqueda del catolicismo catamarqueño por definir su lugar en una modernidad percibida como amenazante. En su defensa del orden social cristiano, en su preocupación por la “cuestión social” y en su lectura conspirativa de la protesta obrera, se delinean los contornos de una cultura política católica integrista que prefigura, en clave provincial, las sensibilidades del nacional-catolicismo de las décadas posteriores.
Desde la periferia norteña, Stella participó activamente de los debates sobre nación, religión y modernidad, mostrando que los centenarios no fueron sólo celebraciones patrias, sino también momentos de disputa por el sentido moral y espiritual de la Argentina. Su estudio permite, por tanto, reponer la dimensión provincial del catolicismo político argentino y comprender cómo las formas locales de sociabilidad religiosa se articularon con proyectos ideológicos de alcance nacional y transnacional.
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1 La imagen mariana fue hallada, entre los años 1618 y 1620, en una gruta del Pueblo de Choya ubicada en un cerro al norte del Departamento Capital. Según la tradición popular, un aborigen al servicio del encomendero Manuel de Salazar descubrió el sendero que recorrían periódicamente mujeres nativas hasta llegar a un nicho de piedra. Allí se encontró con una pequeña imagen de la Virgen María, con las manos juntas y de rostro moreno. Cuando Manuel de Salazar toma conocimiento del hallazgo, la traslada a su casa, en San Isidro, Valle Viejo, donde se dedicó íntegramente al cuidado, culto y veneración de la imagen bendita. En 1657, la Madre del Valle fue jurada patrona bajo la prerrogativa y la advocación de la ‘Pura y Limpia Concepción’. En 1688, se resuelve jurar de nuevo a Nuestra Señora del Valle, no solo en el orden parroquial, sino en toda la provincia de Catamarca. En la actualidad, su santuario en la Iglesia Catedral es uno de los principales destinos turísticos de la región, y su festividad principal se celebra el 8 de diciembre de cada año, atrayendo a miles de visitantes de todo el país.
2 Programa (15 de agosto de 1908). Stella. p. 1
3 En la localidad de Choya, a no más de cinco kilómetros de la plaza central de San Fernando del Valle de Catamarca, se encontraba la casa de descanso y retiro espiritual del Seminario Diocesano. En este lugar, también se realizaban tareas agrícolas y a comienzos del siglo XX se instaló un pequeño taller gráfico donde los seminaristas imprimían El Choyano y Chispita, revista satírica de los seminaristas menores (Aybar, 2001).
4 De S.S. Ilustrísima Dr. Pablo Padilla y Bárcena (15 de agosto de 1908). Stella. p.1
5 El Imparcial, miércoles 27 de noviembre de 1918, p.1.
6 ¡Propaganda, propaganda! (3 de octubre de 1908). Stella. p. 68
7 Sobre la prensa (17 de octubre de 1908). Stella. p. 82
8 Ciertos patrones y patronas (16 de octubre de 1909). Stella. p. 73
9 Capital Federal: Protestas contra el maximalismo (28 de diciembre de 1918). Stella. p. 98
10 “La Nación” y la Cruz (9 de agosto de 1919). Stella. pp. 328-329
11 Espíritu práctico de los católicos sociales (23 de agosto de 1919). Stella. p. 345
12 Espíritu práctico de los católicos sociales (23 de agosto de 1919). Stella. p. 347
13 Para la historia, mal padre (15 de enero de 1910). Stella. p. 171
14 La semilla germinó (8 de febrero de 1919). Stella. pp. 133-134
15 Alberto Molas Terán, siendo seminarista, y gracias a su brillante intelecto, fue enviado a Roma para completar sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana. En 1914 celebró su primera misa y regresó al país al año siguiente, y aquí no tardó en destacarse como uno de los principales difusores de las ideas del catolicismo social en los Cursos de Cultura Católica. Los artículos de opinión de Molas Terán en la revista Criterio eran la representación cabal de un tradicionalismo con fuerte impronta hispanista. En febrero de 1932, junto a los sacerdotes Amancio González Paz y Julio Meinvielle, fundó el periódico nacionalista Crisol, pero, a los pocos meses, murió imprevistamente.
Jorge Alberto Perea y Christian Diego Morales
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