Itinerantes. Revista de Historia y Religión 22 (jul-dic 2025) 31-50

https://doi.org/10.53439/revitin.2025.2.03




La revista Tribuna Católica (1935-1939) y las estrategias de intervención de la “buena prensa”: una mirada a las secciones de libros y cine1


The Magazine Tribuna Católica (1935-1939) and the intervention strategies of the “good press”: a look at the book and cinema sections



Mariana Moraes Medina

Universidad de Montevideo

https://orcid.org/0000-0003-2826-5580

mmoraes.medina@gmail.com


Carolina Cerrano

Universidad de Montevideo

https://orcid.org/0000-0002-0541-9623

ccerrano@um.edu.uy



Resumen


El trabajo estudia el periodo fundacional de la revista Tribuna Católica (1935-1939), creada como órgano de la Acción católica uruguaya para fortalecer la organización seglar del catolicismo. Aunque durante este periodo, bajo el gobierno de Gabriel Terra, el laicismo beligerante se encontraba más contenido, el estudio de la revista revela que no por ello los laicos militantes optaron por disminuir su activismo. Así, la publicación refleja la necesidad de renovación de la Iglesia en el marco de la cultura de masas, en particular su respuesta a la popularización de los medios gráficos seculares y la industria del entretenimiento, de los que juzgaban emanaban las principales fuerzas descristianizadoras del momento (laicismo, comunismo y liberalismo). Se analizan los debates, representaciones y prácticas editoriales desarrolladas por la revista de acuerdo con su renovada concepción del periodismo católico para incidir en aspectos vinculados con el uso del tiempo libre, específicamente, el consumo de lecturas y películas. Se propone que la obediencia de Tribuna Católica a los preceptos tradicionales de la “buena prensa” se expresa en operaciones orientadas a ejercer una pedagogía moralizadora sobre los lectores y al reforzamiento doctrinal de la comunidad confesional.


Palabras clave: Tribuna Católica, Acción Católica uruguaya, periodismo católico, libros y cine


Abstract


The study examines the founding period of the magazine Tribuna Católica (1935-1939), created as an organ of Uruguayan Catholic Action to strengthen the secular organization of Catholicism. Although during this period, under the government of Gabriel Terra, belligerent secularism was more contained, the study of the magazine reveals that this did not mean that militant lay people chose to reduce their activism. Thus, the publication reflects the need for renewal of the Church in the context of mass culture, in particular its response to the popularization of secular print media and the entertainment industry, which they believed to be the main forces of de-Christianization at the time (secularism, communism, and liberalism). The debates, representations, and editorial practices developed by the magazine—in accordance with its renewed conception of Catholic journalism—are analyzed in order to influence aspects related to the use of free time, specifically the consumption of reading material and films. It is proposed that Tribuna Católica's obedience to the traditional precepts of the “good press” is expressed in operations aimed at exercising a moralizing pedagogy on readers and reinforcing the doctrine of the confessional community.


Keywords: Tribuna Católica, uruguayan Catholic Action, Catholic journalism, books and cinema




Fecha de envío: 9 de agosto de 2025

Fecha de aceptación: 6 de octubre de 2025






Introducción


Este trabajo propone un estudio de la revista Tribuna Católica, órgano de prensa oficial de la Acción Católica uruguaya. La revista salió a la calle por primera vez en enero de 1935, pocos meses después del nacimiento de la institución, y sustituyó a Tribuna Social, revista que se editaba desde 1922 como órgano de la Unión Social (convertida en Secretariado general de la Acción Católica).2 Tribuna Católica se editó con una periodicidad mensual, que alternó, a partir de la década de 1940, con ediciones bimensuales y trimestrales hasta su desaparición en 1957, signo del debilitamiento de Acción Católica en la región (Acha, 2010: 32-35).3

Durante el primer lustro se observa una publicación orientada al modelo de las revistas literarias4 y, al mismo tiempo, por la extensión de ciertos contenidos y política de secciones, una afinidad con la lógica de los impresos confesionales como los boletines y las hojas de información parroquial. Este último aspecto, unido a la austeridad de la concepción gráfica, hace que la revista presente cierto desfase en relación con otras publicaciones de la época en un Uruguay que para la década del treinta contaba ya con un aparato cultural modernizado (Raviolo y Rocca, 1999: 9-12; Boglione, 2024). Sus secciones fijas estaban compuestas por el editorial, las cartas pastorales, artículos de temáticas diversas (espiritualidad, filosofía, arte, literatura, familia, educación, temas doctrinarios de Acción Católica, análisis de las ideologías disgregantes de la modernidad, formación de la juventud), perfiles, reseñas y clasificaciones morales de películas, libros y teatro; además, periódicamente, incluía guías del clero y de instituciones católicas, calendarios de festividades y calendarios agrícolas.

A nivel regional, la década de 1930 significó un incremento de la presencia del catolicismo en los medios de comunicación masivos, tanto por la expansión de Acción Católica como por la magnitud de las movilizaciones y el desarrollo de la prensa católica (Lida, 2007 y 2012; Mauro, 2011). En el Río de la Plata, los diarios católicos buscaron competir por el público con la prensa popular. Para ello cubrían noticias nacionales e internacionales, policiales, espectáculos, deportivas, secciones especiales para niños, mujeres moda y hogar. También procuraban introducir innovaciones para aumentar su atractivo con estrategias publicitarias como los concursos (Lida, 2012; Mauro, 2016). Sin embargo, la prensa católica no podía evitar cierta condición de subdesarrollo en comparación con un sistema de diarios, semanarios y revistas que cautivaban a los lectores por el rango de noticias que cubrían, su estilo breve y amarillista y el aprovechamiento del creciente protagonismo cobrado por los recursos gráficos. No hay que desatender que, a partir del triunfo de las revistas ilustradas y magazinescas como artefactos plenamente tomados por la imagen y las tecnologías de recorte, la riqueza material de las publicaciones periódicas transformó la vinculación de los lectores con el texto en las primeras décadas del siglo XX (Viu, 2019).

En Uruguay, la prensa católica contó tradicionalmente con dos diarios de referencia: El Bien Público, fundado en 1878 por el escritor y político Juan Zorrilla de San Martín, y El Amigo del Obrero y del Orden Social, órgano de los Círculos Católicos de Obreros del Uruguay, creado en 1899. Aparte de estos periódicos, que representaban la prensa de circulación masiva, existían revistas y boletines de diversos centros y agrupaciones católicas. La meta confesional y edificante de estas publicaciones las alejaba de la prensa secular y hacía difícil su competitividad en el mercado. La existencia de un circuito informativo y mediático de carácter global – consolidado a mediados del siglo XIX y expandido en el cambio de siglo por el incremento de las tasas de alfabetización– había conducido a la masificación de los impresos lo que complicaba aún más la disputa por el público. A ello se sumaban otros desafíos, como el logro del equilibrio entre lo doctrinal y lo informativo, y la integración de innovaciones gráficas. A pesar de las dificultades que enfrentaban estos medios, su papel en la resistencia a la descristianización fue percibida tempranamente como fundamental.5

El campo de la prensa y, en general, el de la cultura impresa católica en Uruguay no cuentan hasta el momento con abordajes de entidad. No obstante, algunos avances sobre las relaciones entre el catolicismo y la cultura de masas han venido desbrozando el camino para la indagación acerca de las prácticas, agentes y medios de la cultura católica a partir del periodo de entreguerras (Hernández Méndez, 2018; Greising, 2024). En ese sentido, el objetivo de este artículo es abordar la revista Tribuna Católica, entre 1935 y 1939, para proponer una aproximación a su discurso acerca de los desafíos y funciones de la prensa católica ante las tendencias descristianizadoras del momento. Con esta finalidad, se estudia un conjunto de prácticas editoriales orientadas a ejercer una pedagogía y una vigilancia moral sobre sus lectores, en especial, las vinculadas al consumo de lecturas y cinematografía. El influjo que la industria del entretenimiento y los medios gráficos seculares ejercían sobre los cristianos se presenta, en las páginas de la revista, como una fuerza amenazante que demandaba todos los esfuerzos de los apostolados modernos de la “buena prensa” y de la cultura, y un remozamiento del lenguaje al servicio del refuerzo de los principios morales del catolicismo en la vida cotidiana de los creyentes.

El trabajo se enfoca en el que consideramos el periodo fundacional de la publicación (1935-1939), años en los que la Acción Católica uruguaya iniciaba su labor y extendía con gran éxito su influencia entre los laicos. Este fenómeno se expresa, por ejemplo, en la composición del cuadro editor y en las firmas presentes, las que en estos años iniciales componen un equilibrio entre miembros del clero y laicos afiliados a la Acción Católica, siendo muchas veces mayor en cantidad la autoría de estos últimos. A partir de 1939, en cambio, se observa un debilitamiento de la presencia laical y de la diversidad temática, a favor de un incremento de textos de temática religiosa y doctrinal.

El artículo se divide en tres partes; en una primera, se historiza brevemente el nacimiento de Acción Católica en el contexto uruguayo de mediados de los treinta, en un país heredero de un fuerte laicismo. En una segunda parte se aborda la concepción de la prensa católica y las condiciones de su ejercicio a partir de las representaciones y los debates desarrollados en Tribuna Católica. Finalmente, se estudian los casos de las secciones dedicadas a la crítica de libros y cinematografía y su relación con las estrategias de intervención moral y doctrinal en la comunidad lectora.


Acción Católica: la recristianización de la sociedad uruguaya


Desde principios de siglo, Uruguay, con el arribo del batllismo al Poder Ejecutivo, asistió a un intenso proceso de laicismo, emblemático en América Latina6. Las reformas fueron múltiples: ley de divorcio por sola voluntad de la mujer, el retiro de los crucifijos de los hospitales públicos, la eliminación de la educación católica optativa en las escuelas, la transformación de las fechas de culto y recogimiento en fechas -laicas- de ocio y esparcimiento. Así, el calendario festivo se reformuló: la Semana Santa pasó a ser la Semana de Turismo; el 6 de enero, celebración de la Epifanía, se transformó en el Día de los Niños, el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, se convirtió en el Día de la Playa. El batllismo impulsó una “moral laica” alternativa (Caetano, 2011: 193-234). El laicismo beligerante se plasmó en la Constitución (1919), la cual separó a la Iglesia católica del Estado (Corbo, 2019), lo que determinaría un tiempo de profunda reorganización para la institución eclesial. Si bien en la década del veinte hubo más intentos y amenazas anticlericales —al estilo de prohibir la enseñanza a “hombres que hubieran hecho votos de castidad” (Caetano, 2011: 223)—, la escalada se frenó relativamente.

La historiografía clásica instaló la “teoría del gueto católico” en la república laica, para proponer la idea de la privatización de lo religioso y explicar cómo una Iglesia acorralada se replegó en sus “ciudadelas amuralladas”: prensa, liga de damas católicas, un partido católico, Círculos Católicos de Obreros y colegios. No obstante, recientes investigaciones, entre ellas las de Carolina Greising (2023 a, 2024), documentan cómo la Iglesia enfrentó al liberalismo laicista con herramientas modernas y su presencia activa y visible en la esfera pública. Los eventos religiosos de masas —como las peregrinaciones a la Virgen del Verdún o las devociones populares al Sagrado Corazón de Jesús— se constituyeron en emblema de una Iglesia que continuaba su labor misionera (Monreal, 2016; Greising, 2016). Asimismo, el laicado ganó mayor protagonismo: asociaciones como la Unión Social del Uruguay, la Unión Económica y la Unión Cívica desarrollaron una intensa acción social (Greising, 2024: 222-284).

Con la llegada del colorado batllista Gabriel Terra a la presidencia en 1931 —y, en especial, a partir del golpe de Estado de marzo de 1933— se inauguró para la Iglesia la convicción de un cambio de época en sus relaciones con el Estado. Terra, desde los inicios de su mandato, signado por los coletazos de la crisis económica global, comenzó a distanciarse de la fracción batllista, que representaba el ala más anticlerical, y comenzó a tejer alianzas con los sectores más conservadores de su propio partido, al tiempo que estableció vínculos políticos con el Partido Nacional herrerista. La polarización política en ascenso acabó configurando una alianza de derechas, que fue la que posibilitó la ruptura institucional en 1933 (Caetano y Jacob 1989; Jacob 1983). En ese contexto, aunque el partido católico Unión Cívica en sus inicios no apoyó el golpe de Estado, hubo católicos militantes que se encolumnaron con el nuevo régimen y ansiaron plasmar su cosmovisión católica (Alpini, 2015; Jacob, 1983).

La Constitución (1934) mantuvo la separación de la iglesia y el Estado; sin embargo, las filas católicas pudieron celebrar que la misma contemplara la libertad de enseñanza, acorralando la amenaza laicista del monopolio de la educación por parte del Estado (Caetano, 2011: 218-225). La presencia de católicos en el gobierno representaba una probabilidad de estrechar relaciones entre los dos órdenes.7 Ese año la Iglesia católica se focalizó en los preparativos del armado de una nutrida delegación de fieles, que finalmente rondó las veinte mil personas, para participar en el XXXII Congreso Eucarístico Internacional celebrado en octubre en Buenos Aires, que se constituyó en un multitudinario acontecimiento regional, que sorprendió a propios y extraños. La promoción y los preparativos del congreso posicionaron a la Iglesia en la arena mediática y las multitudes católicas ocuparon las calles y se hicieron visibles en el espacio público. Antes de su arribo a Buenos Aires, el delegado papal, el cardenal Pacelli (futuro Pío XII), permaneció en aguas orientales y fue visitado por la curia y algunos miembros del gobierno. Pero lo más simbólico fue su regreso, invitado por el presidente Terra, realizó una visita fugaz a Montevideo y fue recibido por miles de fieles. Además, acudió a saludar a Terra en su domicilio, ya que se recuperaba de una cirugía (Hernández Méndez, 2018). Asimismo, la “política de acercamiento” y de “tregua entre el Estado y la Iglesia” continuó con el gobierno de Alfredo Baldomir, sucesor de Terra. Así fue cómo en noviembre de 1938, organizado por la Acción Católica, se celebró el III Congreso Eucarístico Nacional el cual contó con una masiva participación de católicos, que se hicieron presentes en la Rambla y el Estadio Centenario, entre otros espacios públicos. La Iglesia dispuso para su organización de la colaboración del aparato del Estado y de la concurrencia de varias autoridades nacionales y municipales (Greising, 2023 b: 446-447, 452-453). Al año siguiente, en sintonía con una época de conciliación y acercamiento con la Iglesia, se reestablecieron las relaciones diplomáticas con el Vaticano, interrumpidas desde hacía unas décadas.8

Volviendo a octubre de 1934, a escasos días de finalizado el Congreso Eucarístico Internacional, los obispos Juan Francisco Aragone, Gregorio Camacho y Miguel Paternain fundaron la Acción Católica uruguaya (Bazzano, 1992: 118).9 La puesta en marcha de este proyecto —originado inicialmente como iniciativa del papa Pío XI para toda la Iglesia— respondía al inicio de una etapa de modernización y búsqueda de estrategias para frenar el avance de ideologías con influjo descristianizador, y replicaba lo realizado a nivel regional en 1931 por las Iglesias católicas de Argentina y Chile (Ruderer, 2023; Blanco, 2009; Bertolotto, 2020). Su “suprema finalidad” y aspiración la constituía la “difusión” y “restauración” del “reinado de Cristo”, y como para esta ingente tarea el clero era insuficiente se arengaba a los laicos a cooperar en el ministerio pastoral.10 Su plan y estructura otorgaban un papel central a los laicos, organizados en apostolados bajo la supervisión de la jerarquía eclesiástica, en principio a través de las parroquias. El tipo y alcance de cada apostolado fue definiéndose desde los primeros años de la Acción Católica uruguaya en grupos de carácter general (hombres, señoras, jóvenes y señoritas) y en agrupaciones especializadas, de acuerdo con diversas disciplinas, ámbitos y profesiones. Médicos, arquitectos, profesores, estudiantes universitarios, amas de casa y hasta los niños contaron con la formulación de un apostolado particular. Todos estaban llamados a “afirmar, difundir, actuar y defender los principios católicos en la vida individual, familiar y social, contribuyendo de esta manera en la forma más eficaz a la solución cristiana de los problemas sociales” según el artículo primero de sus estatutos.11

El laicado funcionaba como el “brazo de los párrocos”12 para intervenir activamente en la sociedad y, de manera indirecta, en política.13 El P. Eloy Riaño sintetiza la misión de Acción Católica con las siguientes palabras: “salir de la Iglesia y reconquistar la calle y atrincherarnos en los hogares y escalar los palacios de las leyes”.14 Esta idea de combate se representó con el imaginario de las cruzadas, forma de expresar y contagiar la entrega de los fieles por la causa de la recristianización de la sociedad. El lenguaje de milicia es visible en los textos doctrinarios sobre la participación de los laicos de Acción Católica: soldado, alistarse en filas, reclutamiento, sacrificio, obediencia ciega o sin discusión a la autoridad eclesiástica, disciplina, organización, unidad de combate compacta, células, entre otras.15 Estas expresiones eran características del catolicismo integrista de la época y permearon también en el lenguaje iconográfico. El propio emblema de Tribuna Católica, un escudo cruzado diseñado José Pedro Argul y Pedro Larroutourou, sirve como ejemplo.16

Desde el origen de la Acción Católica uruguaya, la cultura y el periodismo constituyeron un apostolado de gran interés. Entre ellos se identifica el servicio del libro, las bibliotecas y la prensa escrita. La conciencia del ingente desarrollo de la industria de la propaganda y de la industria cultural por estos años influyó en la búsqueda de modernización de los medios y lenguajes por parte de la Iglesia. De hecho, en 1931, nació la primera radio vaticana concebida por el papa Pío IX como un instrumento poderoso para la evangelización. Asimismo, contribuyó a continuar proyectando la figura del papa “como un líder espiritual y político en todo el mundo” (Burillo y Mauro, 2025: 89-91). La defensa y promoción de la prensa, la radio y el cine católico en el periodo de entreguerras fueron consideradas una prioridad por parte de las jerarquías eclesiásticas, en vista de que podrían ser decisivos para combatir la expansión de ideologías y de prácticas de consumo cultural consideradas nocivas.


El apostolado del periodismo y sus debates en Tribuna Católica


La defensa de la prensa católica fue una constante desde el inicio de Tribuna Católica, un compromiso derivado no sólo de la fuerza arrolladora del laicismo, sino también del enorme desarrollo de la industria de la noticia y el incremento de los medios gráficos, lo que amplió y popularizó el contacto cotidiano de los lectores con los impresos. En ese contexto, periódicos y revistas se convirtieron en herramientas clave para la difusión de valores y discursos, lo que reforzó la convicción de que era imprescindible contar con una prensa católica propia. Así, la tematización del periodista y de los medios de prensa fue usual en Tribuna Católica, expresándose en monográficos, debates y publicidades, y dio visibilidad a la categoría de la “buena prensa”, concebida como uno de los apostolados más modernos y decisivos de los laicos y como lectura preferencial de los cristianos a la hora de informarse.17 Cumplía, además, una misión “educativa” y “orientadora”, ofreciendo formación integral: espiritual, doctrinaria y cultural.

En mayo de 1935, la revista publicó un número monográfico dedicado a la “buena prensa”. Periodistas, intelectuales y sacerdotes analizan sus problemas y su papel para la difusión de los principios religiosos. En su editorial informa de la participación de una delegación de la revista en la Exposición Mundial de Prensa Católica convocada en Roma por el papa y pregonada como una “gran misión de la hora”.18 Pío XI había sido categórico: “El triunfo del catolicismo y su influencia en el mundo entero, está en razón directa, no de los templos católicos, ni de las instituciones benéficas, ni siquiera del número de sacerdotes, sino de la Prensa católica”.19 Ante este imperioso llamado, el arzobispo de Montevideo, Juan Francisco Aragone instó a alistarse en la Acción Católica y “estrechar filas” en la labor mediática de evangelización y defensa de los principios cristianos.20

Tribuna Católica insistía en que los católicos tenían una doble responsabilidad en relación con su prensa. Por un lado, debían evitar consumir y llevar a sus hogares diarios, revistas o libros contrarios a la religión o a la moral, y bajo ningún concepto apoyar la “mala prensa”, ya sea por medio de avisos, suscripciones y hasta se criticaba la compra de diarios contrarios a la Iglesia y a quienes profesan la fe. En definitiva, el católico estaba obligado a rechazar la “mala prensa” considerada perniciosa para el alma, promotora de “curiosidades insanas”, incitadora de “los más bajos instintos sensuales”, del deseo de lucro y de los chismes, entre otros males.21

En este marco, la protección de los jóvenes frente a la “mala prensa” tenía especial importancia. En estos años, la Iglesia, le atribuía un papel destacado a la juventud y velaba por su “formación integral”, porque en ella se identificaba a la “vanguardia” de la Acción Católica y estaban depositadas las esperanzas de renovación de los futuros puestos de liderazgo (Blanco, 2011: 143, 156-157).

Por otro lado, los católicos asumían la misión de suscribirse, leer y difundir la “buena prensa” por todos los hogares, suburbios, rincones de la campaña y clases sociales. Además, quienes podían debían apoyarla con publicidad y donaciones.22 En cuanto a los avisos en Tribuna Católica su variedad es múltiple y ocupa varias páginas: empresas, negocios, bienes y servicios cotidianos, instituciones educativas y profesionales individuales. A su vez, la revista anima directamente a sus lectores a apoyar a quienes publicitan, con frases como esta: “Para hacer sus compras, visite las casas que anuncian sus productos en esta Revista”.23 Hay tiendas que ofrecen productos exclusivos para católicos, como “estatuas luminosas” de la Virgen María como “el mejor regalo para Navidad y Año Nuevo”. Por su parte, la librería Mosca puso a la venta artículos conmemorativos del III Congreso Eucarístico Nacional tipo: escudos, banderines, insignias, señaladores, medallas, prendedores, etc.24 En algún caso aislado, se usa el perfil del público lector para la estrategia publicitaria, como la Caja Obrera, que invitaba a los padres a abrir una cuenta de ahorro a sus hijos, con el fin de inculcarles la virtud del ahorro.25

Además, Tribuna Católica pedía la colaboración de los católicos para moderar comentarios despectivos respecto a los defectos o deficiencias de su prensa. Al contrario, era un deber prestigiarla con comentarios edificantes y acompañarla con su oración. También exhortó a los párrocos a predicar sobre el tema e impulsar a los fieles para que en sus exámenes de conciencia incluyeran la pregunta de qué estaban haciendo a favor de este apostolado.26 Uno de los tantos obstáculos de la “buena prensa” era que los católicos aún no habían dimensionado su “importancia”, por ello era necesario incorporar este asunto en la agenda de temas a tratar por Tribuna Católica. En definitiva, el católico tenía la obligación moral de solidarizarse con la causa de la “buena prensa”.

A mediados de los años treinta, la guerra civil española elevó exponencialmente el miedo al comunismo entre los católicos a nivel global. Desde Tribuna Católica se recogieron distintas recomendaciones del papa Pio XI sobre cómo debía operar la prensa propia, la cual necesita informar con “exactitud la actividad de los enemigos”, mostrar métodos de “luchas eficaces” y advertir las “astucias y engaños” de los que pueden ser víctimas las almas.27 Tribuna Católica militó en el anticomunismo y publicó con asiduidad notas —relativas a la Unión Soviética o sobre el anticatolicismo en el bando republicano— que mostraban la persecución comunista a los cristianos, las políticas antifamiliares y el adoctrinamiento en las escuelas. En respuesta al “peligro rojo”, que no se percibía tan lejano, se instaba a los católicos a abandonar la indiferencia y hacerse cargo de trabajar por el “reinado de Cristo”.28

En la lectura de su tiempo hacían hincapié en la degradación de las costumbres y de la moral, por ello, la “buena prensa” no solo se posicionaba en un puesto defensivo, sino que debía ocupar un lugar pro activo de promoción del catolicismo. Esto incluía: difundir las encíclicas pontificias, colaborar en la formación espiritual y en las prácticas de piedad de los creyentes, ayudar a los padres en la educación de sus hijos, fomentar el buen ambiente de trabajo, defender la religión, la libertad de enseñanza y proponer normas cristianas de un buen gobierno. Además, el periódico católico debía aspirar a traspasar la barrera de los lectores creyentes y llegar a un público más amplio.29

La “buena prensa” debía comprometerse en promover el involucramiento de las élites católicas en la labor periodística, y buscar los medios técnicos y propagandísticos modernos para garantizar que fuera esta la prensa de consumo de las masas. Juan Vicente Chiarino argumentaba que, si san Pablo hubiera vivido en aquel tiempo, el periodismo habría formado parte de su prédica misionera.30

La reflexión sobre el rol del periodista se encontraba estrechamente vinculada al análisis del público lector, su perfil y costumbres. De hecho, el diagnóstico acerca de la baja suscripción a los medios de prensa católicos señalaba a las características de la formación de los lectores como su principal causa. Lorenzo Martínez Vera sostenía, en Tribuna Católica, que el lector corriente era un lector culto, pero formado en el positivismo, matriz dominante en el sistema educativo uruguayo, que habría liquidado la metafísica. Esta marca volvía a los lectores, según Martínez Vera, sensualistas, propensos a querer ver, y a no imaginar. El predominio de los sentidos sobre la inteligencia en los lectores determinaba, según el autor, la hegemonía de lo gráfico en las publicaciones periódicas de su época y privaba de suscriptores a la prensa católica.31 Desde otra perspectiva, Juan Vicente Chiarino comentaba que cada vez había menos lectores de obras “largas” y “serias” de doctrina, porque las exigencias del trabajo y el tiempo dedicado al entretenimiento restaban espacio para la meditación o el estudio, por ello el diario y la revista católica deberían usar un lenguaje y un formato accesibles a las muchedumbres.32 Tomás Brena33 también consideraba que el “pueblo no lee”. Razonaba que, dado que las escasas lecturas del público se orientaban principalmente hacia la prensa y, en particular, hacia contenidos ligeros o de entretenimiento, la prensa católica debía ir más allá de los temas religiosos y abarcar noticias de todo tipo —deportes, policiales, sociales, entre otras— para alcanzar el éxito.34

Por aquellos años, en varios artículos de Tribuna Católica, se repite la cita evangélica: “Los hijos de las tinieblas son más diligentes que los hijos de la luz” (Lc. 16,8), como llamado a sus colaboradores y lectores a desarrollar estrategias de intervención eficaces (con la “astucia de la serpiente”, Mt. 10,16) para combatir los males del mundo. Entre esas operaciones figura la propagación de la “buena prensa” escrita y radial, dentro de las cuales, a su vez, se insertan otros apostolados particulares vinculados a la difusión del buen libro y del buen cine, y al combate de sus formas menos edificantes.35



La crítica de libros y cinematografía en Tribuna Católica


Las secciones dedicadas a la valoración de libros, películas, música, artes plásticas y teatro estuvieron presentes desde el inicio en Tribuna Católica. La atención al mundo de la literatura y las artes formaba parte de la preocupación por los efectos de la vida moderna sobre los cristianos, a los que veían expuestos a nuevas fuentes de distracciones y con mayor potencia disgregante. Las secciones de crítica cultural estaban concebidas como un apostolado particular dentro de la “buena prensa” y su cometido era ejercer una pedagogía moralizadora capaz de regular los intereses y apetitos de sus lectores en su tiempo libre. La ciudad se presentaba ahora como un escenario de posibilidades muy diversas, orientadas al disfrute del tiempo libre, una dimensión que comenzaba a distinguirse claramente del tiempo dedicado al trabajo y del tiempo de la devoción religiosa. Con la instalación pública del tiempo libre, las canchas de fútbol, las playas,36 los tablados, los cines y teatros ganaron presencia y modificaron las costumbres ciudadanas (Bouret y Remedi 2009: 275-359). Por otra parte, el incremento de las prácticas culturales vinculadas con lugares de esparcimiento coincidió con la aparición de los feriados y las licencias laborales extendidas y universalizadas por leyes en los años 1919 y 1933, 1945 y 1946 (Maronna, 2022: 32).

La aparición del esparcimiento como derecho y necesidad transversal, junto con la ampliación del público, hizo que los impresos y los espectáculos se convirtieran en fenómenos de extrema popularidad en el Río de la Plata, como se palpa en la prensa escrita, a la que se incorporaron -o aumentaron- las secciones con información y los avisos publicitarios sobre revistas y novedades editoriales, y sobre el mundo del espectáculo. Entrados los años treinta, el consumo del cine se volvió masivo y parte de la rutina de la ciudadanía: “Montevideo ostentaba un récord de salas de cine a lo largo y ancho de su espacio y la mayor cantidad de consumidores de películas de todo el continente” (Maronna, 2022: 34). No debe desatenderse que la cinematografía, convertida en el lenguaje hegemónico de la modernidad, impuso nuevos modelos de consumo cultural y que, en ello, las revistas tuvieron un papel especialmente relevante. Como ha señalado Gloria Chicote (2021), las revistas populares se transformaron por entonces en vehículos del espectáculo y colaboraron, además, con la diversificación de los gustos e intereses del público.37 Fueron, asimismo, el campo donde el lenguaje escrito (la comunicación lingüística tradicional) debió enfrentar la competencia que venían imponiendo los nuevos medios audiovisuales, lo que generó que sus páginas comenzaran a incorporar imágenes, biografías de actores, sinopsis de películas y fotogramas. Pero algo más sucede a partir de esas nuevas prácticas culturales relacionadas con los espectáculos y el tiempo libre: la apertura de una lucha entre el gusto popular y la visión conservadora de la cultura, en la que habría que ubicar la visión de la Iglesia católica. La continua presencia de la crítica de cine, música, teatro y libros en Tribuna Católica a lo largo de su historia tiene relación con este fenómeno de gran alcance. Los espectáculos y las lecturas -obras literarias y prensa- constituyeron un dominio percibido con recelo y preocupación por Acción Católica que veía en las producciones contemporáneas un extremado sensualismo y falta de sustancia, aspectos que juzgaban como signos de la crisis de su tiempo.

La promoción y la crítica de libros tuvieron una gran importancia en las páginas de Tribuna y estuvieron alineadas con el apostolado del “buen libro”, entendido como el servicio a la promoción de lecturas capaces de mover a las buenas obras, difundir los valores cristianos y favorecer la reflexión en torno a la dimensión espiritual y moral de los individuos.38 Las políticas de lectura de la Acción Católica incluían campañas de promoción de los buenos libros (asimilados, por lo común, a los “libros católicos”), la publicación de un anuario de las bibliotecas católicas del país y el desarrollo de un sello editorial propio.39 Por su parte, en la revista, las operaciones de selección y publicación de textos literarios apuntaron al género lírico, de carácter religioso y devocional. En lo relativo a los ensayos de crítica literaria, estos revelan la intención de construir un canon nacional católico con Juan Zorrilla de San Martín a la cabeza.40 Los intentos por reposicionar al autor del Tabaré en el centro del campo literario se relacionan con los debates relacionados con la vocación y el apostolado del escritor católico, y manifiestan un periodo de crisis y difuminación de las expresiones cristianas en la literatura nacional.41

Pero fue a través de la sección “Índice bibliográfico” -identificada también como “Bibliográficas”- que la revista pretendió expresar en cada número sus orientaciones en relación con la lectura. La siguiente cita de Félix Chiappini concentra el espíritu de esta sección: “Un libro que ilumina caminos de perfección y de lucha, tiene que ser siempre una vibrante actualidad para la juventud de Acción Católica”.42 Se trata de un espacio supervisado por miembros del clero y dedicado a las reseñas -mayormente de libros de carácter doctrinal, teológico, filosófico, hagiográfico y devocional, aparte de libros de “propaganda católica”p. Algunas de estas reseñas son capitalizadas para la discusión de aspectos vinculados a la educación y a las costumbres en el contexto nacional, derivados de la problemática del laicismo y la secularización.43

El caso específico del cine, por su parte, despertó entre los miembros de la Acción Católica Uruguaya los mayores esfuerzos debido a la amenaza que consideraban representaba para las buenas costumbres, llegando incluso a desarrollar campañas contra el “mal cine” como la ejecutada a través del diario El Bien Público y a favor del fortalecimiento de una industria cinematográfica nacional.44 El siguiente pasaje es representativo de la visión del séptimo arte que reproduce la revista: “El cine es el amo del mundo: le seduce, le arrastra, le somete, le fascina”.45

Los debates sobre la “buena prensa” desarrollados en la revista revelan una fuente interesante para conocer cómo se vinculaban los colaboradores ptanto los miembros del clero como los laicos- con el nuevo imperio de la imagen. Como se consignó en parte en el apartado anterior, los colaboradores de Tribuna Católica denunciaban un alarmante cambio en los hábitos de lectura, un debilitamiento de las prácticas críticas e intelectuales a favor de la captación inmediata favorecida por la imagen (percibida como ligera y sensualista), una suerte de nueva tentación, debida a la técnica y a la profusión de los artificios visuales. Por otro lado, reaccionaban a la inmoralidad dominante en lo que catalogaban como “mala” cinematografía y a su extensión en el público ayudada por la profusión de propagandas en los medios de prensa (aspecto este último también condenado por los colaboradores de Tribuna, por representar el predominio de los intereses comerciales antes que los morales y espirituales). Ante ella, “el público, aún el católico, se ha mostrado débil” y de ahí que la revista (y la “buena prensa” en general) tuviera como misión “reformar los gustos y hábitos del pueblo”.46 La necesidad de ejercer esta pedagogía exigía contar con un redactor especializado en la cinematografía y sus problemas, cosa que no siempre era posible por lo que fue común que se compartieran calificaciones de otras publicaciones católicas, como El Bien Público. Se trataba mayormente de producir una crítica moral de los films, orientada a la elaboración de listas de calificación de películas, de acuerdo con una escala consistente en: buenas, pasables, escabrosas y malas. El tono y el uso de estos textos exhiben una labor de alerta: “una prédica continua, buscando la inquietud moral de los católicos y de los no católicos, dando la impresión cabal de que el cine no es un espectáculo inocente y simplemente frívolo para nadie, ni para chicos ni para grandes”.47

Estos lineamientos derivaban, en lo medular, de lo dispuesto por la Oficina Católica Internacional del Cine fundada en 1928 en los Países Bajos. Sus directrices fueron aplicadas en latitudes y comunidades muy diversas y replicadas por las diferentes fundaciones nacionales de Acción Católica (Cáceres, 2011). Unido a la depuración moral del cine, la Oficina Católica Internacional del Cine también llamó a los creyentes a estimular la producción y exhibición de cine católico, concebido como la posibilidad de transformar el cine en un medio pedagógico útil para educar en virtudes. Tribuna Católica registra un paso decisivo en este sentido: la campaña por la creación de una sala de cine católico, que se concretó en 1936, en el edificio del Círculo Católico de Obreros de las calles Minas y Soriano. Su publicidad rezaba: “Padres católicos: Prestigiad el primer cine católico del país, que os asegura la máxima diversión con la plena moralidad”.48 Si bien la sala servía al ya señalado “propósito de depuración”,49 también resulta interesante pensar en otras funcionalidades e impactos, como el reforzamiento de la comunidad emocional e identitaria de los católicos en un medio cultural que podían percibir como amenazante para sus valores y formas de vida.


Reflexiones finales


Como órgano de la Acción Católica uruguaya en su ofensiva por la recristianización, Tribuna Católica estableció, en cierta forma, una “cruzada” por la “buena prensa”. Desde el siglo anterior los católicos habían respondido a la modernidad con el desarrollo de una prensa propia, necesaria para sus fieles, y con ella aspiraron a conquistar también a los no creyentes. A mediados de los treinta, en el nacimiento de Tribuna Católica, la creencia en el “poder” de la prensa seguía viva en la comunidad católica global. Además, su rol cobraba vigor y dinamismo ante lo que percibían como serias amenazas a la identidad católica como: el auge de la cultura materialista y sensualista que asociaban con el liberalismo, el crecimiento de la industria del entretenimiento y el ímpetu de la amenaza comunista —visualizada más cercana por la guerra civil española y la forma en cómo esta ideología anticristiana adhería en las cosmovisiones de su tiempo—.

En tal sentido, las secciones dedicadas a los libros y al cine servían a la labor de vigilancia y de alerta de los usos del tiempo libre y del consumo de lecturas y películas con el fin de salvaguardar la decencia moral y la adhesión a los principios de la fe católica. Estas prácticas editoriales, si bien alineadas con una intención pedagógica de corte conservador, evidencian la búsqueda de nuevos lenguajes entre los católicos uruguayos para intervenir en la sociedad y en sus formas de vida.

Las particularidades de Uruguay, donde Acción Católica arriba con rezago si lo comparamos con otros países de la región, quizás producto de su propia historia, son relevantes para este análisis. Si bien los años fundacionales de Tribuna Católica (1935-1939) están enmarcados durante el terrismo, época en la que el laicismo beligerante parecía más contenido, el estudio de la revista revela que no por ello los laicos militantes optaron por disminuir su activismo. En vista de esto, el desafío laicista seguía percibiéndose como una realidad que se denunciaba en cada número y que obligaba a los católicos a proveerse de las herramientas necesarias para su formación: consumiendo buena prensa, así como libros y películas edificantes. La formación, moral y doctrinal —junto con las prácticas de piedad, de los sacramentos y de la caridad— se presentaba como una base irrenunciable que los católicos debían cultivar para ponerla al servicio del fin último de Acción Católica: establecer el “reino de Cristo” en todos los órdenes de la vida cultural, social y política.


Referencias bibliográficas


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1  Este artículo se inscribe en el marco del proyecto de investigación “Doctrina social, prácticas editoriales y la búsqueda de una modernidad alternativa en la revista Tribuna Católica (Montevideo, 1934-1956)”, desarrollado con el apoyo del Stipendienwerk Lateinamerika-Deutschland e.V. (ICALA).

2 De Tribuna Social mantiene algunas secciones como: Nuestro consultorio, Perfiles de hombres de la causa, Crítica musical, Crítica teatral, Crítica cinematográfica y Los libros. También conserva aspectos del diseño tipográfico. Durante los años 1935 y 1936, el arte de portada de Tribuna Católica continúa con la reproducción de obras de arte religioso clásico y de dos artistas nacionales Carlos W. Aliseris y Lito Alonso. A principios de los años cuarenta se evidencia una profundización en la austeridad gráfica de la publicación.

3 La definición del perfil de la revista osciló entre el de “órgano de orientación y de información” y “revista nacional de cultura católica”. Durante los años cuarenta se identificó como “boletín técnico”. Entre sus directores, destacan las figuras del abogado Juan N. Quagliotti y el arquitecto Horacio Terra Arocena. Una lista no exhaustiva de sus colaboradores del clero incluye a José María Vidal, Juan Salaverry, Arturo Mossman Gros y Antonio María Barbieri. Entre los colaboradores destacados laicos de la primera época figuran: Sarah Bollo, Juana de Ibarbourou, Lauro Ayestarán, José Pedro Argul, Esther de Cáceres, Ernesto Pinto, Dardo Regules, Tomás Brena, Raúl Montero Bustamante, Carlos Rauschert Chiarino y Raúl Blengio Brito. La presencia de autorías femeninas es notablemente menor que la masculina. La participación femenina se concentró en el equipo de gestión de suscripciones y avisos, consignado en cada número. La revista era publicada por la imprenta Juan Zorrilla de San Martín.

4 En este sentido, es especialmente notoria la influencia de la revista argentina Criterio, dirigida por Mons. Gustavo Franceschi, desde 1932. La presencia de Franceschi en Tribuna Católica y en actividades culturales en Montevideo fue frecuente durante la década del treinta. Para más detalle sobre Criterio, ver: Lida y Fabris (2019).

5 Ya en 1899 El Amigo del Obrero declaraba: “Sabido es que la propaganda sin Dios echa mano a la prensa en sus múltiples manifestaciones como medio práctico, el más poderoso y eficaz de su acción funesta y disolvente: de aquí que se haga sentir cada día más imperiosa la necesidad de la propaganda activa y esencialmente cristiana en la misma forma, que contrarresto en algo los avances del mal que crece en proporciones asustadoras” e invitaba a sus lectores a comprar varios ejemplares para enviarlos a amigos y adversarios. El Amigo del Obrero, (1 ene. 1899), p. 1.

6 José Batlle y Ordóñez presidente entre (1903-1907) y (1911-1915) fue el fundador del batllismo, sector mayoritario del Partido Colorado. El batllismo dejó un sello duradero en la cultura política del país, otorgando al Estado un rol activo de intervención y, a la vez, llevó a cabo un amplio programa reformista en lo social, económico, político y cultural. Entre los sucesores colorados se buscó poner freno a la profundización de las reformas.

7 No obstante, a pesar de un clima más favorable, ese mismo año, en 1934, causó sorpresa y malestar entre católicos y conservadores la despenalización del aborto y la admisión de “la eutanasia, llamada homicidio por piedad”. En 1938, producto de las presiones, volvió a penalizarse (Sapriza, 2011: 21). En este tiempo, Tribuna Católica se pronunció en contra de estas políticas antifamiliares a través de distintos artículos.

8 El Dr. Joaquín Secco Illa representará nuestro país ante la Santa Sede, Tribuna Católica 50, 51 y 52 (febrero, marzo y abril 1939), pp. 236-239.

9 Se echa en falta un estudio que historice en profundidad la Acción Católica Uruguaya. Algunos aportes en este sentido se encuentran en: Brena, 1980; Bazzano et al., 1992, 117-131; Monreal, 2000; Sturla 2015, 55-57.

10 Pablo Dabin, El fin de la Acción Católica, Tribuna Católica 26 (febrero 1937), pp. 6-7.

11 Estatuto para la Acción Católica del Uruguay, Tribuna Social 156, (diciembre 1934), p. 4.

12 Eloy Riaño, Temas doctrinarios sobre la Acción Católica, Tribuna Católica 27, (marzo 1937), pp. 24-25. En el mismo artículo se llama a los laicos de Acción Católica “sacerdotes sin sotana”.

13 Pablo Dabin. Las obras sociales: objeto indirecto de Acción Católica, Tribuna Católica 22, (octubre 1936), pp. 37-39.

14 Eloy Riaño, Elementos esenciales de Acción Católica, Tribuna Católica 29 (mayo 1937), p. 33.

15 A modo de ejemplo: La iniciación en la Acción Católica, Tribuna Católica 37 (enero de 1938), pp. 3-4; Américo Pla Rodríguez. Necesidad de reclutamiento, Tribuna Católica (julio 1939), pp. 373-374; Un enemigo de la Acción Católica, Tribuna Católica 29 (mayo 1937), pp. 5-7.

16 “Estos jóvenes artistas, luchadores abnegados de nuestras filas, con una gran simplicidad y pureza de recursos, han conseguido esta obra, imprimiéndole a la insignia cierto sentido de fuerza, de entereza y afán de lucha, propios del escudo del cruzado. Esta insignia, única y general en el seno de Acción Católica y símbolo gráfico de su mensaje, expresa hermosamente en su significación, que cada cristiano llamado a ocupar un puesto de dirigente o de soldado anónimo en la nueva y providencial organización es un cruzado moderno: cruzado sobre el cual pesa el mandato de reformar una sociedad en el nombre santísimo de Cristo, librando las grandes batallas de nuestra cultura”. Nuestra carátula, Tribuna Católica 17 (mayo 1936), p. 8. Este diseño, instalado en su número 17 de mayo de 1936, fungió como el arte de portada más duradero de la revista.

17 Miguel Paternain, El doble deber de los católicos, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 13; Juan Francisco Aragone, Necesidad de la buena prensa, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), pp. 7-8; Horacio Terra Arocena. La prensa católica y la difusión de los principios religiosos, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 49.

18 Juan Quagliotti, Tribuna católica en Roma, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), pp. 3-5.

19 Citado en: Antonio María de Montevideo, Criterio católico frente a la noticia, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 60.

20 Juan Francisco Aragone, Necesidad de la buena prensa, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), pp. 7-8.

21 Tomás Camacho, Importancia de la prensa, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), pp. 9-12.

22 Américo Plá Rodríguez, Formación cultural del joven católico, Tribuna Católica 41 (mayo 1938), p. 229.

23 La revista promociona una amplia gama de avisos: cafés, mueblerías, tintorerías, bancos, vidrierías, bazares, vajillas, tiendas, casas funerarias, servicios bancarios, yerba mate Sara, etc.

24 Tribuna Católica 48, (diciembre 1938), p. 574. El III Congreso Eucarístico Nacional fue el tema prioritario de interés de los católicos a lo largo de todo el año 1938, y Acción Católica y su revista tuvieron un rol relevante en su organización y propaganda.

25 Tribuna Católica 48 (diciembre de 1938), p. 630.

26 Tomás Camacho, Importancia de la prensa…ibid.

27 Un mensaje desde Roma, Tribuna Católica 33 (setiembre 1937), p. 24; La obra de desagravio en el Santuario Nacional y el comunismo, Tribuna Católica 26 (febrero 1937), p. 4.

28 Pablo Dabin, El fin de la Acción Católica, Tribuna Católica 26 (febrero 1937), pp. 6-7. Montero C. y Pérez M. (2024) explora brevemente cómo Tribuna Católica se posicionó ante la guerra civil española. Asimismo, Zubillaga (2020) aborda en profundidad el impacto de este acontecimiento en el catolicismo uruguayo en general. Su estudio revela e historiza las mismas tensiones que se vivieron a nivel global, por un lado, la solidaridad con la Iglesia perseguida, pero, por otro, las divisiones entre el apoyo al franquismo o la simpatía a la República por la militancia democrática antifascista. No obstante, son escasas las referencias a Tribuna Católica (159-243).

29 Horacio Terra Arocena, La prensa católica y la difusión de los principios religiosos, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 49.

30 Juan Vicente Chiarino, El apostolado de la prensa católica: su vida y sus luchas, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 51. Abogado y militante de la Unión Cívica del Uruguay, Chiarino fue director del diario El Bien Público en la década del treinta.

31 Lorenzo Martínez Vera, La derrota del espíritu en el Diario y el lector de la hora, Tribuna Católica 5 (mayo 1935).

32 Juan Vicente Chiarino, El apostolado de la prensa católica…, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 51.

33 Tomás Brena fue un destacado político católico, militante de la Unión Cívica del Uruguay. Ejerció un papel relevante en el periodismo católico por su labor al frente del diario El Bien Público y del semanario El Amigo del Obrero y del Orden Social. En 1962 participó en la fundación del Partido Demócrata Cristiano del Uruguay.

34 Tomás Brena. La misión de la prensa respecto del cine, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), p. 68. Cfr. también Antonio María de Montevideo, “Criterio católico frente a la noticia, substancia del periodismo moderno”, Tribuna Católica 5 (mayo 1935), pp. 59-60.

35 Américo Plá Rodríguez, Formación cultural del joven católico, Tribuna Católica 41 (mayo 1938), pp. 228-229. En cuanto a la prensa escrita se hace propaganda de otras publicaciones católicas, en especial, para los jóvenes, el Boletín Informativo del Consejo Nacional de la Acción Católica. Pero, también se invita a la lectura de: El Bien Público, El Diario (Paysandú), La Idea Nueva (Trinidad) y Los Principios (San José). El programa de radio más promocionado es “Media hora de la Juventud” en Radio Jackson.

36 Al hilo de esto puede verse el amplio espacio que Tribuna Católica dedicó al cuidado del pudor en relación con la vestimenta de los jóvenes en las playas (características de los trajes de baño, condiciones para tomar baños de sol, etc.). En 1937 consta que se repartieron en los balnearios volantes y folletos de concientización para garantizar la “decencia” y evitar pecados de “escándalo”. Ver: Memoria del Consejo Nacional de Mujeres de la Acción Católica”, Tribuna Católica 35, (noviembre 1937), p. 23; “Memoria Anual del Consejo Nacional de Señoritas Católicas”, (noviembre 1937), p. 57. El folleto recogía la conferencia del padre Laburu titulada “Las playas y su aspecto moral”, y también se repartió en los centros parroquiales de Acción Católica. Se consta que se imprimieron cuatro mil ejemplares. Al año siguiente Tribuna Católica volvía a publicar la conferencia de Laburu que también recomendaba a los jóvenes buenas costumbres en los gimnasios (véase: ejemplar de diciembre, nro. 48, pp. 616-617). En diciembre de 1938, apenas un mes más tarde del III Congreso Eucarístico Nacional, se recordaba una crónica de un periodista argentino que, con asombro, relataba haber visto una multitud de “trescientos mil” orantes de rodillas en la Rambla montevideana, en un país que él consideraba poco comprometido con la Iglesia. Con ironía, Américo Plá Rodríguez, advertía que si volvía a veranear a Uruguay podría llevarse un nuevo desengaño: “si comprueba que nuestro catolicismo (…) al pasar a la playa se confunde y contamina con el paganismo reinante en ella”. Américo Pla Rodríguez, El problema de las playas, Tribuna Católica 48 (diciembre 1938), pp. 614-615. Con este comentario evidenciaba la tensión entre el fervor religioso del Congreso y las prácticas placenteras y “viciosas” que dominaban en espacios de ocio, como las playas.

37 Entre las publicaciones uruguayas con una marcada orientación a la industria cultural y del entretenimiento, editadas en los años que contempla este estudio, destacan por su alcance Mundo uruguayo y Cine, Radio actualidad. Habría que considerar asimismo la circulación de revistas argentinas, habida cuenta de que Montevideo formaba parte del mercado cultural porteño (Cfr. Maronna, 2022: 42-46).

38 El apostolado del “buen libro” en Uruguay contaba con iniciativas previas destacadas y reconocidas por Tribuna Católica, como es el caso del bibliófilo Arturo Xalambrí, quien dedicó numerosas empresas y afanes al apostolado de las bibliotecas, ampliándolo incluso al de la bibliografía, bajo la comprensión de que la sistematización lograda a través catálogos e índices daría visibilidad y jerarquía a un corpus —y un canon— nacional de identidad católica (Moraes, 2024).

39 El Secretariado de Acción Ccatólica uruguaya mantuvo durante la década del treinta una colección llamada “publicaciones extraordinarias”, que editaba documentos pastorales, literatura devocional y religiosa. La más destacada del periodo estudiado es San Francisco de Asís, escrito por Juana de Ibarbourou y Juan Quagliotti.

40 Ernesto Pinto, secretario de redacción de la revista, propone a Zorrilla de San Martín como maestro literario para su generación. Para Pinto, la obra y el ejemplo de Zorrilla servirían para combatir los tres males de la poesía de su tiempo: “desorientación, angustia y terrible fiebre sexual” (41), males, para el autor, originados en la misma raíz “la negación de Dios”. Pinto, “El magisterio de un poeta”, Tribuna católica 1 (1935).

41 Cfr. la polémica sostenida por Luis Torres Ginart en los números de 1936 y el texto “Arte y apostolado” de Félix Chiappini, quien se interroga: ¿por qué se pierden tantas vocaciones de escritores católicos? Y se contesta: “por la falta de comprensión exacta de la misión y deberes del autor; por carecer de una concepción práctica de la carrera; por falta de preparación fundamental y técnica y de una cultura superior, la propia del cristiano…”. Tribuna Católica 37, (1938), p. 19.

42 Chiappini, ibid, p. 17.

43 Cfr. José Aguerre. Sobre “Ciencia, filosofía y laicismo” de Washington Paullier un libro definitivo, como base de renovación intelectual. Tribuna Católica 41 (mayo 1938), pp. 254-255.

44 El deber de la Acción Católica ante el cine inmoral, Tribuna Católica 9 (septiembre 1935).

45 Aníbal Rodríguez Melgarejo, Lo que se hace en Inglaterra, Tribuna Católica 16 (abril 1936), p. 57. Este juicio en torno al cine fue duradero. En 1949, Carlos Rauschert Chiarino se refería “el yugo cinematográfico que aprisiona al hombre de nuestra época” (1949). Rauschert Chiarino, Las reacciones del público frente a la pantalla, Tribuna Católica 4 (1949), p. 89.

46 Tomás Brena, La misión de la Prensa respecto del cine, Tribuna Católica 9 (septiembre 1935), pp. 68-69.

47 Brena, La misión de la Prensa…, p. 69. En 1940, en sintonía con la preocupación que Tribuna Católica desde su nacimiento había otorgado a la “Valoración cinematográfica”, la Acción Católica creó el Secretariado Nacional de Moralidad, que pasaría a ocuparse con mayor organización a la censura y calificación moral de cine y teatro. Para ampliar sobre este Secretariado y sus antecedentes, véase: Broquetas y Cuadro, 2005.

48 Tribuna Católica 18 (1936), p. 69.

49 C. García Quintans, Significado y trascendencia de un esfuerzo Misión de una sala católica, Tribuna Católica 22 (octubre 1936), p. 31.

Mariana Moraes Medina y Carolina Cerrano

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