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Filópolis en Cristo N° 4 (2025) 157-162
ISSNL 3008-8844
Recensión
otras palabras: lo que estamos haciendo es transmitir hijos a nuestra
sociedad, y no transmitir una sociedad a nuestros hijos” (p. 14).
Sin perder de vista que está incursionando en cuestiones que
cuentan con una dimensión natural, Hahn se ocupa de mostrar cons-
tantemente, que las personas y las instituciones que las integran, no
pueden por su propio esfuerzo cumplir la vocación de plenitud a las
que están llamadas. Pesan sobre ellas, los efectos del pecado original,
que les exige abrirse al orden sobrenatural, que a través de la Gracia,
les permite ser restauradas en Cristo. Lo dice en varios lugares. Por
ejemplo, cuando recuerda que “los preceptos del matrimonio natural
–la permanencia, la exclusividad y la apertura a la vida– no deben
considerarse meras prohibiciones. Por lo general el matrimonio y la
santidad implican algo más que evitar las caídas: implican nuestra
transformación en Cristo” (p. 63). Y en otro lugar: “Sin la gracia del
Señor que nos purica y nos fortalece el matrimonio cristiano no solo
es radical, sino imposible. De hecho, Jesucristo nos llama a una per-
fección que nuestra naturaleza humana es incapaz de alcanzar por sí
misma, pero que sí podemos recibir de un Dios que es Amor” (p. 176.
Cursivas en el original).
Pero la necesaria presencia de Jesús, el Cristo, en el ámbito hu-
mano no se reduce al ámbito individual ni tampoco al matrimonial
o familiar, sino que involucra también las demás instancias sociales
y políticas en las que el hombre desarrolla su vida: “La política no es
más que la comunidad que vive para y en Cristo” (p. 159). Es que,
como dice Hahn, “Sólo la gracia puede sostener la comunión –espe-
cialmente el deseo permanente del bien común– que hace posible la
sociedad. Y por eso una sociedad duradera debe unirse a Jesucristo,
fuente de la gracia. Quizá el lema más apropiado para aquello a lo
que aspira el pensamiento social católico sería Totus Christus – ‘todo
Cristo’– en las familias, en las comunidades y, si Dios quiere, en todas
las sociedades” (p. 150. Cursivas en el original). Por ello, puede decir
que “desde una visión cristiana de la sociedad, tenemos que ser Jesús
los unos para los otros” (p. 51).
El reconocimiento de Cristo por los hombres y las sociedades, no es
en la actualidad una verdad que tenga reconocimiento institucional,
ni en las sociedades políticas ni en las organizaciones internacionales.