Filópolis en Cristo N° 4 (2025) 157-162
ISSNL 3008-8844
Recensión
Scott Hahn, La primera sociedad. El matrimonio y la restaura-
ción del orden social (trad. de Gloria Esteban), Madrid, Rialp, 2019,
185 pp., ISBN (edición impresa) 978-84-321-5200-9, ISBN (edición
digital) 978-84-321-5201-6.
El eminente teólogo Scott Hahn, converso del calvinismo don-
de profesara como pastor, nos ofrece en La primera sociedad, una
profunda reexión sobre “el matrimonio y la restauración del orden
social”. Hahn estructura sus reexiones a partir de una jugosa “Intro-
ducción”, que nos pone en materia y que constituye el pórtico para
desarrollar su propuesta a lo largo de 15 capítulos.
Explicando las motivaciones que lo impulsaron a escribir la obra,
el propio autor expresa: “El reto que propone este libro consiste en
aportar a nuestras familias, a nuestras comunidades, a nuestra so-
ciedad y a nuestra civilización, la sobreabundancia de Gracia que se
desborda de la vida sacramental de la Iglesia. El mismo poder capaz
de transformar a las almas es capaz de transformar el mundo. De no-
sotros depende que rinda sus frutos” (p. 17).
Hahn ya había hablado sobre el matrimonio y la familia en un
contexto eclesial y bíblico y con la profundidad que lo caracteriza, en
obras como: Comprometidos con Dios. La promesa y la fuerza de
los sacramentos (Patmos, Madrid, 2006); Lo primero es el Amor.
Descubre tu familia en la Iglesia y en la Trinidad (Rialp, Madrid,
2009); La Evangelización de los católicos. Manual para la misión de
la Nueva Evangelización (Palabra, Madrid, 2016) o Un Padre el a
sus promesas. El amor de Alianza de Dios en las Escrituras (Palabra,
Madrid, 2019). Sin embargo, en la obra que presentamos podríamos
decir que da un paso más, avanzando hacia consideraciones de na-
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turaleza social y cultural, mostrando la importancia que “la primera
sociedad” tiene para el orden de la civilización. No se trata de que se
haya decidido a proponer ideas nuevas sino, como él mismo lo señala,
en estas páginas explicita su pensamiento esbozado en obras ante-
riores: “Los fundamentos de mis tesis han estado siempre presentes
en todos mis textos, así como en la doctrina de la Iglesia. Hoy, sin
embargo, estoy más convencido que nunca de que no podemos seguir
callando sus implicaciones” (p. 15).
El texto se encuentra situado en el contexto de una cultura actual
secularizada y ajena a la fe que es descrita por Hahn, y de la cual seña-
la como núcleo inspirador la ideología del liberalismo a la que somete
a severa crítica. Y a la que opone una cultura fundada en Cristo: “Una
cultura más aceptable, más hermosa y más católica” (p. 15), que im-
plique “un nuevo amanecer de la civilización cristiana” (pp. 16-17), es
decir, “un renacimiento de la civilización cristiana” (p. 29). Esa cultu-
ra a la que la Iglesia está llamada a construir, pues “su doctrina y su
autoridad tocan todos los aspectos de la experiencia humana: social,
cultural, económico, político, etc. Es precisamente esta catolicidad la
que señala el camino a una civilización que se está desintegrando”
(p. 152). Y el primer peldaño de esa construcción, radica en defender
y promover la familia sostenida en el matrimonio estable entre un
varón y una mujer hasta que la muerte los separe.
Con su habitual estilo coloquial y plagado de anécdotas, que ame-
nizan la lectura, Hahn abre sus reexiones recordando “una ocasión
en la que, hablando con mi mujer, esta me comentó cuánto le preo-
cupaba la clase de mundo que vamos a legar a nuestros hijos. Yo le
respondí que nuestro deber de padres no consiste en legar a nuestros
hijos un mundo, una sociedad o una cultura determinadas, sino úni-
camente la fe. De modo que hay que comenzar por centrarse en lo
que tenemos más cerca y nos es más querido. No podemos controlar
la cultura de la nación o de la civilización que heredarán a nuestros
hijos, pero podemos hacer cuando esté en nuestra mano para ase-
gurarnos de que nuestros hijos hereden la fe verdadera. No podemos
controlar la clase de sociedad con la que tendrán que lidiar nuestros
hijos pero sí podemos inuir en la clase de hijos católicos con los que
tendrá que lidiar nuestra sociedad”. Y cierra magistralmente: “En
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otras palabras: lo que estamos haciendo es transmitir hijos a nuestra
sociedad, y no transmitir una sociedad a nuestros hijos” (p. 14).
Sin perder de vista que está incursionando en cuestiones que
cuentan con una dimensión natural, Hahn se ocupa de mostrar cons-
tantemente, que las personas y las instituciones que las integran, no
pueden por su propio esfuerzo cumplir la vocación de plenitud a las
que están llamadas. Pesan sobre ellas, los efectos del pecado original,
que les exige abrirse al orden sobrenatural, que a través de la Gracia,
les permite ser restauradas en Cristo. Lo dice en varios lugares. Por
ejemplo, cuando recuerda que “los preceptos del matrimonio natural
–la permanencia, la exclusividad y la apertura a la vida– no deben
considerarse meras prohibiciones. Por lo general el matrimonio y la
santidad implican algo más que evitar las caídas: implican nuestra
transformación en Cristo” (p. 63). Y en otro lugar: “Sin la gracia del
Señor que nos purica y nos fortalece el matrimonio cristiano no solo
es radical, sino imposible. De hecho, Jesucristo nos llama a una per-
fección que nuestra naturaleza humana es incapaz de alcanzar por sí
misma, pero que sí podemos recibir de un Dios que es Amor” (p. 176.
Cursivas en el original).
Pero la necesaria presencia de Jesús, el Cristo, en el ámbito hu-
mano no se reduce al ámbito individual ni tampoco al matrimonial
o familiar, sino que involucra también las demás instancias sociales
y políticas en las que el hombre desarrolla su vida: “La política no es
más que la comunidad que vive para y en Cristo” (p. 159). Es que,
como dice Hahn, “Sólo la gracia puede sostener la comunión –espe-
cialmente el deseo permanente del bien común– que hace posible la
sociedad. Y por eso una sociedad duradera debe unirse a Jesucristo,
fuente de la gracia. Quizá el lema más apropiado para aquello a lo
que aspira el pensamiento social católico sería Totus Christus – ‘todo
Cristo’– en las familias, en las comunidades y, si Dios quiere, en todas
las sociedades” (p. 150. Cursivas en el original). Por ello, puede decir
que “desde una visión cristiana de la sociedad, tenemos que ser Jesús
los unos para los otros” (p. 51).
El reconocimiento de Cristo por los hombres y las sociedades, no es
en la actualidad una verdad que tenga reconocimiento institucional,
ni en las sociedades políticas ni en las organizaciones internacionales.
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Por ello resulta especialmente valioso que Hahn la recuerde, máxime
que él es un autor norteamericano y por ende, que ha nacido y vive
en un Estado que si bien maniesta su respeto a todas las creencias,
está estructurado desde sus orígenes en una actitud de indiferencia
frente a Cristo y su Cuerpo Místico, la Iglesia. Pero cuestionando esta
situación histórica y cultural, a nuestro autor le “parece evidente que
la indiferencia de la comunidad frente a la verdad religiosa no es me-
jor que la indiferencia de la persona frente a la verdad religiosa. Del
mismo modo que Jesucristo y su esposa la Iglesia deben ocupar el
centro de nuestro corazón, deben ocupar también el centro de la so-
ciedad. Así lo exige el bien común, tanto el que se reere a nuestros
deberes terrenales como a nuestro destino celestial” (p. 136. Cursivas
en el original).
Con estas armaciones, lo que ha hecho Hahn es prestar un in-
dudable servicio a la difusión de un segmento de la Doctrina Social
de la Iglesia hoy descuidado u olvidado, y que sin embargo resulta
fundamental para comprender la enseñanza del magisterio y cuáles
son los nes a los que los cristianos seglares, los laicos deben orien-
tar su apostolado social y político. Las lúcidas páginas de este libro,
no son sino un eco de las enseñanzas de la Declaración Dignitatis
Humanae (n. 1):
Este Concilio Vaticano estudia la sagrada Tradición y la doctrina
de la Iglesia, de las cuales saca a la luz cosas nuevas, de acuer-
do siempre con las antiguas. En primer lugar, profesa el sagra-
do Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por
el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en
Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en
la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús conó la
misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles:
‘Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar
todo cuanto yo os he mandado’ (Mt 28:19-20). Por su parte, todos
los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo
que se reere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla
y practicarla.
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Conesa asimismo el santo Concilio que estos deberes afectan y
ligan la conciencia de los hombres, y que la verdad no se impo-
ne de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que
penetra suave y fuertemente en las almas. Ahora bien, puesto
que la libertad religiosa que exigen los hombres para el cum-
plimiento de su obligación de rendir culto a Dios, se reere a la
inmunidad de coacción en la sociedad civil, deja íntegra la doc-
trina tradicional católica acerca del deber moral de los hombres
y de las sociedades para con la verdadera religión y la única
Iglesia de Cristo.
La enseñanza del Concilio, que abreva en este punto, como vimos
en la cita precedente, en la “doctrina tradicional católica”, tiene en las
encíclicas Immortale Dei, de León XIII y Quas Primas, de Pío XI, una
de sus formulaciones más acabadas, como lo recuerda el Catecismo
de la Iglesia Católica, documento que comenta y al que remite el pro-
pio Hahn para respaldar su escrito.
Frente a los intentos fallidos de organizar el mundo sin Cristo,
Hahn señala que “el objetivo común de la humanidad –es decir, el
principal bien para el que hemos sido creados todos– es la comunión
eterna con el Señor en el cielo. Aunque los órdenes político y social
son incapaces de salvarnos, deben construirse en torno a este aspecto
esencial de nuestra humanidad. No crear un orden que conduzca la
salvación es, en sentido literal, inhumano” (p. 89). Por ello, entiende
que las actuales circunstancias culturales de apatía religiosa, en lugar
de provocar la desazón o el retraimiento pesimista de los cristianos
constituye una excelente ocasión para anunciar estas verdades. Son
sus palabras: “Ahora que nuestra época liberal y secularizada avanza
renqueante, se nos brinda la oportunidad histórica de redescubrir y
revitalizar la verdad sobre Cristo y la sociedad” (p. 158).
Y en esa dirección, luego de recordar la doctrina de la Iglesia so-
bre la Realeza Social de Cristo, Hahn pasa a exhortar a sus lectores a
hacerla carne en las propias vidas y a lanzarse con ella, a la tarea de
cristianizar la sociedad. Y ello sólo se podrá conseguir con la unión
a la Persona y la enseñanza de Cristo, porque “Cristo no desaparece
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nunca ni es una abstracción sino una persona con una presencia real
y llena de poder” (p. 173. Cursivas en el original).
Finalmente, señala: “En lugar de quejarse tanto a la espera de que
la ‘sociedad’ reaccione, lo que tiene que hacer la Iglesia (incluidos –y
de un modo especial– los laicos viviendo el sacramento del matri-
monio) es reaccionar. Si queremos conservar la esperanza de que el
poder y el amor de Cristo transformen nuestra sociedad, antes hemos
de aceptar su reinado abriéndonos radicalmente al Espíritu Santo”
(p. 176). Como dice Jennifer Roback Morse, fundadora y presidente
del Instituto Ruth, citada en p. 184: “Llevamos demasiado tiempo de-
jando en el banquillo al mejor jugador: Jesús”.
Una obra, como todas las de Scott Hahn, que se lee con gusto y
en la que el autor une su capacidad para transmitir límpidamente su
mensaje, con un admirable conocimiento de la Revelación, la Tradi-
ción y el Magisterio, que en diálogo crítico con la cultura actual su-
mida en la desorientación y la tristeza, le expone la Verdad de la Es-
peranza, que es Cristo. Como dice Hahn: “Lo que tenemos que elegir
es si actuamos a favor o en contra de la relación de amor que Cristo
desea mantener con nosotros. Lo segundo conlleva la ruina personal
y la discordia social. Lo primero conlleva la salvación y constituye el
núcleo de la sociedad sacramental. Cristo es el único fundamento se-
guro de la paz social y de la prosperidad de una civilización” (p. 174).
Ricardo von Büren
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
ricardo.vonburen@unsta.edu.ar
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