
141
Filópolis en Cristo N° 4 (2025) 139-144
ISSNL 3008-8844
Sección “Jubileo de la Esperanza”
vez despojada de sus coordenadas, queda rápidamente reducida a un
mero “humanitarismo” que constituye la más grave falsicación de
la caridad y del Cristianismo mismo, del cual aquella constituye el
núcleo esencial.
Pero nuestros pequeños revolucionarios, habiendo aprendido la
lección, a saber, que no se destruye verdaderamente sino aquello que
se logra reemplazar, se apresuraron a encandilar nuestros ojos de
cristianos ingenuos con otras esperanzas de nuevos destinos.
Y el mundo moderno haya visto desarrollarse así las diferentes
formas de mesianismo temporal, la diversidad de los nuevos mitos:
Razón, Estado, Nación, Proletariado, Soberanía Popular, Raza, Li-
bertad, Igualdad, Progreso, Opinión Pública, Técnica, Socialización,
Pleromisación, etc., etc. Y sin embargo, le fue dicho a Moisés: No ado-
rarás la obra de tus manos… Fue menester inundarnos de criaturas,
para lograr destruir en nosotros la imagen del Creador.
Procediendo de esta suerte, los lósofos modernos cayeron unos
tras otros, en uno de los dos pecados contra la esperanza, según ense-
ña Santo Tomás. El primero es el pecado de la presunción u orgullo,
el segundo, la desesperación. La presunción, uno de los pecados con-
tra el Espíritu Santo, consiste en que el hombre se apoya en el poder
divino para alcanzar lo que contradice a Dios o bien en el hecho de
exagerar los valores del propio sujeto. Este pecado implica, pues, la
aversión del Bien inmutable y una conversión a los bienes perecede-
ros (Suma Teológica, II-II, q. 21, a. 1, 3m). Mientras que la desespe-
ración consiste en que el hombre no espera participar personalmente
de las perfecciones divinas.
Precisamente, cuando examinamos bajo esta luz las distintas
corrientes de la losofía moderna, qué es lo que descubrimos? Las
muestras más acabadas de la presunción y del orgullo. ¿Cómo cali-
car sino el intento cartesiano y positivista de conocerlo todo mediante
el nuevo método universal? ¿Y el “deber” kantiano, erigido en única
norma de moralidad? ¿Con qué nombre designar el Espíritu Absolu-
to de Hegel, que conere a las cosas su existencia, por el sólo hecho
de pensarlas? Feuerbach, por su parte, calica su propio sistema de
“antropoteísmo” y Marx declara enfáticamente que “el hombre es el
ser supremo para el hombre”, mientras Nietzche piensa: “Si hubie-