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Santo Tomás de Aquino, maestro
de la Doctrina Social de la Iglesia
Uno de los principales documentos del magisterio de la Iglesia de-
dicados a la gura y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, es la
Carta Lumen Ecclesiae, que el Papa San Pablo VI dirigiera a Fray Vin-
cent de Couesnongle OP, Maestro General de la Orden de los Frailes
Predicadores, en ocasión del VII Centenario de la Muerte del Aqui-
nate, en 1974. Transcribimos íntegramente su texto, extraído de la
versión ocial de la página web del Vaticano.
Carta Lumen Ecclesiae
San Pablo VI
1. Lumbrera de la Iglesia y del mundo entero, así es aclamado con
razón Santo Tomás de Aquino, el cual es objeto de especiales cele-
braciones este año, en que se cumple el VII centenario de su muerte,
acaecida en el monasterio de Fossanova el 7 de marzo de 1274, mien-
tras se dirigía al II Concilio General de Lyon, obedeciendo órdenes de
nuestro predecesor el beato Gregorio X. En el clima del renovado en-
tusiasmo suscitado por este centenario, se han hecho investigaciones,
se han publicado trabajos y se han tenido reuniones en muchas uni-
versidades y centros de estudios superiores, principalmente en esta
ciudad, donde la Orden de Frailes Predicadores, a la que perteneció
Santo Tomás, ha organizado un importante congreso.
Todavía tenemos en la memoria el espectáculo que ofrecía el aula
magna de la Ponticia Universidad que lleva el nombre de Santo
Tomás de Aquino, llena de especialistas venidos de todas partes del
mundo. En el discurso que les dirigimos, les felicitamos por su tra-
bajo, les animamos a continuar su noble tarea y, al mismo tiempo,
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enaltecimos a este gran Doctor de la Iglesia. Poco tiempo después,
llamamos la atención sobre “el ‘retorno’ a Santo Tomás, un retorno
inesperado ciertamente, pero maravilloso, que conrma lo que el Ma-
gisterio supremo había dicho de él: que es el guía autorizado e insus-
tituible de los estudios losócos y teológicos” [1]; en efecto, muchos
indicios nos permitieron colegir que su doctrina interesa e inuye
también en los hombres de nuestro tiempo.
2. Ahora desearíamos explicar mejor aquella expresión nuestra,
poniendo de relieve numeroso elementos de la doctrina del Aquinate
que tienen mucha importancia en orden a la salvaguardia e investiga-
ción de la verdad revelada; por este motivo lo recomendamos a nues-
tros contemporáneos -cosa que ha hecho y sigue haciendo la Iglesia-
como maestro en el arte de pensar, según fórmula nuestra [2], y como
guía para conciliar los problemas losócos con los teológicos y, aña-
dimos gustosamente, para plantear correctamente el saber cientíco
en general.
Así, pues, queremos manifestar públicamente nuestra conformi-
dad con los que sostienen que, aun setecientos años después de su
muerte, el Santo Doctor debe ser celebrado no sólo como excelso pen-
sador y doctor del pasado, sino también por la vigencia de sus prin-
cipios, de su doctrina y de su método; y deseamos explicar al mismo
tiempo las razones de la autoridad cientíca que le reconocen el Ma-
gisterio y las instituciones de la Iglesia, y especialmente muchísimos
predecesores nuestros, que no dudaron en otorgarle el título de “Doc-
tor común”, que se le dio por primera vez el año 1317 [3].
Confesamos que al conrmar y reavivar una tradición tan prolon-
gada y venerable del Magisterio de la Iglesia, no nos mueve sólo el
respeto a la autoridad de nuestros predecesores, sino también la con-
sideración objetiva de la validez de su doctrina, el fruto que se obtiene
estudiando y consultando sus obras —como sabemos por propia ex-
periencia— y la comprobación del poder persuasivo y formativo que
ejerce en sus discípulos, sobre todo en los jóvenes, como pudimos
observar en los años de nuestro apostolado entre los universitarios
católicos, que, estimulados por nuestro predecesor Pío XI, de feliz
memoria, se habían dedicado al estudio del Doctor Angélico [4].
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3. Sabemos que hoy día no todos están de acuerdo con esto. Pero
no se nos oculta que muchas veces el recelo o aversión que se siente
hacia Santo Tomás deriva de un contacto supercial y ocasional con
su doctrina, más aún, del hecho de que no se leen ni se estudian sus
obras. Por eso, también nosotros, como hizo Pío XI, recomendamos a
todos los que deseen formarse un criterio maduro acerca de la postu-
ra que hay que adoptar en esta materia: ¡Id a Tomás! [5].
Buscad y leed las obras de Santo Tomás -repetimos con gusto- no
sólo para encontrar alimento espiritual seguro en aquellos opulentos
tesoros, sino también y ante todo, para daros cuenta personalmente
de la incomparable profundidad, riqueza e importancia de la doctrina
que contienen.
I. Santo Tomás en el contexto socio–cultural y religioso de
su tiempo
4. Para formarse un juicio exacto del valor perenne del magisterio
de Santo Tomás en la Iglesia y en el mundo de la cultura, no basta
conocer de modo directo y completo sus textos; es preciso también
tener en cuenta el contexto histórico y cultural en que vivió y llevó a
cabo su obra de maestro y escritor.
Conviene recordar aunque sólo sea los rasgos esenciales de aquella
época, para que destaquen con mayor claridad, como dentro de un
marco, las ideas fundamentales del santo Doctor tanto en el ámbito
religioso y teológico como en el campo losóco y social. Alguien ha
hablado de aquel tiempo como de un Renacimiento anticipado; y en
realidad las inquietudes que más tarde iban a desplegar toda su fuer-
za innovadora están fermentando ya entre el 1225 y el 1274, años que
abarcan la vida de Santo Tomás.
5. Desde el punto de vista socio–político, son conocidas las vici-
situdes que transformaron completamente la sonomía de Europa:
la victoria de los municipios italianos sobre la antigua dominación
del Imperio Medieval, encaminado ya al ocaso; la promulgación de la
Charta Magna en Inglaterra; la confederación anseática de las ciuda-
des libres marineras y comerciales del norte de Europa; la evolución
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progresiva de la monarquía francesa; el desarrollo económico de las
ciudades más industriosas, como Florencia, y el orecimiento cultu-
ral de las grandes universidades, como la escuela teológica de París,
la escuela de derecho civil y canónico de Bolonia y la escuela médica
de Salerno; la amplia difusión de los descubrimientos cientícos y de
las elucubraciones losócas de los árabes hispanos; y nalmente
las nuevas relaciones con Oriente, consecuencia de las Cruzadas.
Comienza entonces, con los municipios y con las monarquías na-
cionales, el proceso cultura y político que en los siglos XII y XIV lleva
a la formación del Estado moderno. La Respublica christiana, funda-
da en la unidad de fe religiosa en Europa, cede poco a poco el puesto
a un nuevo sentimiento nacionalista que orienta la vida del mundo
civil europeo por cauces muy distintos de los del Medioevo, cuando
dominaba la relación entre las dos autoridades supremas, la papal y
la imperial, unidas y en colaboración mutua; sistema que en vano tra-
tará todavía de proponer Dante Alighieri, después de muerto Santo
Tomás, como arquetipo de organización política.
En el siglo XIII empieza a perlarse una marcada tendencia a ar-
mar la autonomía del orden temporal frente al sagrado y espiritual,
y consiguientemente del Estado frente a la Iglesia; en casi todas las
esferas de la vida y de la cultura se despierta el entusiasmo por los
valores terrenos y una atención nueva hacia la realidad del mundo,
emancipándose la razón de la hegemonía de la fe religiosa. Por otra
parte, en el mismo siglo, al propagarse las Órdenes mendicantes, cun-
día cada vez más un vastísimo movimiento de renovación espiritual
que, sacando inspiración y empuje del amor a la pobreza y del celo
evangelizador, logró que el pueblo cristiano sintiese la apremiante
necesidad de volver al verdadero y genuino espíritu evangélico.
Santo Tomás, situado en el centro del gran debate entre las dos
culturas, la humana y la sagrada, y atento a la evolución política, se
hace cargo sin dicultad de la nueva situación y distingue los “signos”
de los principios universales de razón y de fe con los que hay que con-
frontar las cosas humanas y discernir los acontecimientos. Recono-
ce una cierta autonomía a los valores e instituciones de este mundo,
aunque arma sin vacilación alguna la trascendencia y la supremacía
del n último al que deben dirigirse y subordinarse todas las cosas
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del mundo: el reino de Dios, que es a la vez el lugar de salvación del
hombre y el fundamento de su dignidad y libertad [6].
6. Esta postura se encuadra dentro de la teoría general de las re-
laciones entre cultura y religión, razón y fe; teoría que elaboró Santo
Tomás atendiendo a los nuevos problemas que surgían y a las nuevas
exigencias que se manifestaban dentro del ámbito losóco y teológi-
co en aquel momento de evolución sociocultural.
Efectivamente, es la época en que se impone cada vez más el
imperativo de la investigación racional, iniciada ya de manera nueva
y plenamente dialéctica por Abelardo en la universidad de París un
siglo antes. La aceptación respetuosa de la autoridad tradicional es
sustituida por la confrontación de sus armaciones con las conquistas
de la razón, la discusión de las distintas opiniones, el procedimiento
lógico en la demostración de las tesis, la pasión por las quaestiones, y
nalmente el análisis del lenguaje, realizado de manera tan sistemá-
tica y con objetivos tales que parecen anticipar el método cientíco de
la semántica moderna.
En este clima cultural consiguen sus primeros éxitos las ciencias
que, sin negar la presencia y la acción de Dios en el universo, tratan
de explicar el curso ordinario de este mundo visible en clave natural,
como se ve en no pocos autores cristianos de la época, entre los que
sobresale San Alberto Magno, maestro de Santo Tomás, a quien nues-
tro predecesor Pío XII declaró patrono de cuantos se dedican a las
ciencias naturales [7].
7. Aunque entonces acababa apenas de estrenarse el método expe-
rimental en el estudio de la naturaleza y faltaban aún los instrumen-
tos -que presagiará más tarde Roger Bacon- para la aplicación de la
ciencia a la transformación y aprovechamiento de las cosas creadas,
sin embargo, constaba ya con certeza el valor e importancia de la ra-
zón para la investigación de la realidad concreta y para la explicación
del mundo.
Por eso, en los nuevos medios culturales se reciben favorablemen-
te las obras de Aristóteles, difundidas primero por los árabes y luego
por los nuevos traductores cristianos, entre los que se cuenta Gui-
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llermo de Moerbeke, penitenciario papal, hermano en religión y cola-
borador de Santo Tomás [8]. En efecto, en estas obras se descubren
el sentido de la naturaleza y el realismo que, en opinión de muchos,
proporcionan valiosos instrumentos de trabajo e incluso bases idea-
les para un nuevo planteamiento de la especulación losóca y de la
investigación cientíca.
8. Pero aquí surge el grave problema del nuevo modo de entender
las relaciones entre la razón y la fe, y -en una perspectiva más am-
plia- como hemos sugerido antes, entre todo el orden de las realida-
des terrenas y la esfera de la verdades religiosas, principalmente las
del mensaje cristiano.
En esta materia es evidente el peligro de tropezar en dos escollos
opuestos: el del naturalismo, que desaloja por completo a Dios del
mundo y especialmente de la cultura, y el de un falso sobrenatura-
lismo o deísmo que, para evitar aquel error cultural y espiritual,
pretende frenar las legítimas aspiraciones de la razón y el impulso
evolutivo del orden de la naturaleza, en nombre del principio de au-
toridad, sacado de su esfera propia, a saber, la esfera de las verda-
des reveladas por Cristo a los hombres, que son gérmenes de la vida
futura y trascienden absolutamente la capacidad del entendimiento
humano. Este doble peligro se vuelve a presentar reiteradamente en
el transcurso de los siglos, antes y después de Santo Tomás, y puede
decirse que en la actualidad son también los dos escollos en los que
tropiezan los que abordan incautamente los numerosos problemas
implicados en la relación entre la razón y la fe; lo hacen alegando a
menudo el ejemplo de audacia innovadora que dio Santo Tomás en
su tiempo, pero sin tener la agudeza y equilibrio de la inteligencia
soberana del gran Doctor.
No cabe duda que Santo Tomás poseyó en grado eximio audacia
para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar pro-
blemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no tolerando
que el cristianismo se contamine con la losofía pagana, sin embargo
no rechaza apriorísticamente esta losofía. Por eso ha pasado a la his-
toria del pensamiento cristiano como precursor del nuevo rumbo de
la losofía y de la cultura universal. El punto capital y como el meollo
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de la solución que él dio, con su genialidad casi profética, a la nueva
confrontación entre la
razón y la fe, consiste en conciliar la secularidad del mundo con las
exigencias radicales del Evangelio, sustrayéndose así a la tendencia
innatural de despreciar el mundo y sus valores, pero sin eludir las
exigencias supremas e inexibles del orden sobrenatural.
En efecto, todo el edicio doctrinal del Aquinate se apoya en el
áureo principio, enunciado por él ya en las primeras páginas de la
Summa Theologiae, según el cual la gracia no destruye la naturaleza,
sino que la perfecciona, y por su parte la naturaleza se subordina a
la gracia, la razón a la fe y el amor humano a la caridad [9]. La infu-
sión de la gracia, que es el principio de la vida eterna, supone toda la
amplia esfera de valores y facultades en que se despliega el impulso
vital de la naturaleza humana [10] -ser, entendimiento, amor-, acre-
centándolo interiormente con nuevas energías [11]. De este modo,
incluso la perfección total del hombre natural -mediante un proceso
de puricación redentora y de elevación santicadora- se realiza en el
orden sobrenatural, que alcanza su plenitud denitiva en la felicidad
celeste, pero ya en esta vida da lugar a una síntesis armónica de valo-
res auténticos, ciertamente difícil de conseguir -como la propia vida
cristiana-, pero fascinadora.
9. Se puede armar que Santo Tomás, superando cierto sobrena-
turalismo exagerado, arraigado en las escuelas medievales, y al mis-
mo tiempo haciendo frente al secularismo que cundía en las escuelas
europeas merced a la interpretación naturalista del aristotelismo,
supo mostrar -tanto en el plano de la teoría como en la práctica, o sea
con el ejemplo de su trabajo cientíco- cómo se compaginan en su
pensamiento y en su vida la delidad total y absoluta a la palabra de
Dios y la máxima apertura de mente al mundo y a sus valores auténti-
cos, el afán innovador y progresista y la resolución de levantar todo el
edicio doctrinal sobre el cimiento rme de la tradición.
En efecto, no sólo se preocupó de conocer las ideas nuevas, los
problemas nuevos y las nuevas armaciones e impugnaciones de la
razón acerca de la fe, sino también de estudiar con ahínco ante todo
la Sagrada Escritura, que explicó desde sus primeros años de magis-
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terio en París, las obras de los Santos Padres y escritores cristianos,
la tradición teológica y jurídica de la Iglesia y al mismo tiempo toda
losofía anterior y contemporánea, no sólo aristotélica, sino también
platónica, neoplatónica, romana, cristiana, árabe y judía, sin preten-
der en absoluto efectuar una ruptura con el pasado, ruptura que lo
habría privado de su raíz, de manera que se puede decir con toda ra-
zón que asimiló bien la frase de San Pablo: “no eres tú quien sostiene
la raíz, sino la raíz la que te sostiene a ti” (Rom 11,18).
Por la misma razón, fue muy dócil al Magisterio de la Iglesia, al
que compete guardar y señalar la “regla de la fe” [12] a todos los
creyentes, y antes que nada a los teólogos, en virtud del mandato
divino y de la asistencia indefectible prometida por Cristo a los
Pastores de su rebaño [13]. Pero sobre todo reconocía la autoridad
suprema y denitiva en materia de fe al Magisterio del Romano
Pontíce [14], a cuyo juicio sometió por eso, a punto de morir, to-
dos sus escritos, tal vez porque era plenamente consciente de la
inmensa amplitud y de la audacia de la labor innovadora que había
realizado.
10. Tal afán de buscar la verdad, entregándose a ella sin escatimar
ningún esfuerzo -afán que Santo Tomás consideró misión especíca
de toda su vida y que cumplió egregiamente con su magisterio y con
sus escritos-, hace que pueda llamársele con todo derecho “apóstol de
la verdad” [15] y que pueda proponerse como ejemplo a todos los que
desempeñan la función de enseñar. Pero brilla también ante nuestros
ojos como modelo admirable de erudito cristiano que,para captar las
nuevas inquietudes y responder a las exigencias nuevas del progre-
so cultural, no siente la necesidad de salir fuera del cauce de la fe,
de la tradición y del Magisterio, que le proporcionan las riquezas del
pasado y el sello de la verdad divina; y, para mantenerse el a esta
verdad, no rechaza las múltiples verdades descubiertas por la razón
en el pasado o en el presente, entre otros motivos porque —como dice
el mismo Angélico—, sea quien fuere el que las proponga, proceden
del Espíritu Santo: “La verdad, quienquiera que la diga, procede del
Espíritu Santo, que infunde la luz natural y mueve a la inteligencia y a
la expresión de la verdad” [16].
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
11. Más bien hay que confesar que su fuerte arraigo en la fe divina
impide a Tomás someterse servilmente a maestros humanos, nuevos
o antiguos, y en esto Aristóteles no es para él una excepción. Su mente
está abierta a todos los avances de la verdad, sea cual fuere la fuente
de su procedencia: es la primera faceta de su universalismo. Pero hay
otro aspecto, que quizás maniesta mejor su talante intelectual y su
personalidad: la libertad suprema con que se acerca a todos los auto-
res, sin comprometerse con ninguna armación de autoridad terrena.
Esta libertad e independencia intelectual en el campo losóco cons-
tituye su verdadera grandeza como pensador.
En efecto, mostrándose obediente sobre todo a la verdad, en ma-
teria losóca, y juzgándolo todo “no (...) por la autoridad de quien
lo arma, sino por el valor de las arma, sino por el valor de las ar-
maciones en sí” [17], pudo tratar con gran libertad las tesis de Aris-
tóteles, de Platón y de otros, sin hacerse aristotélico, ni platónico en
sentido estricto.
Gracias a esta independencia intelectual -que lo asemeja a los que
utilizan los métodos rigurosos de las ciencias positivas-, el Aquinate
fue capaz de descubrir y superar las insidias ocultas en el averroísmo,
de colmar las deciencias y lagunas de Platón y Aristóteles, y de ela-
borar una gnoseología y una ontología que son una obra maestra de
objetividad y de equilibrio [18].
Hacia todos los maestros del espíritu humano sentía tres cosas:
admiración ante el inmenso patrimonio cultural que entre todos acu-
mularon y legaron a la humanidad [19]; reconocimiento del valor e
importancia, mas también de las limitaciones, de la obra de cada uno
[20]; nalmente, cierta compasión hacia los que, careciendo de la luz
de la fe, como los sabios de la antigüedad, experimentaban una an-
gustia humanamente insuperable al enfrentarse con los interrogantes
últimos de la existencia humana y sobre todo con el problema del n
último del hombre [21], mientras que cualquier pobre vieja, poseyen-
do la certeza de la fe, está libre de esa angustia y goza de la luz divina
mucho más que aquellos ingenios soberanos [22].
12. Pues bien, Santo Tomás, aun remontándose con su agudísi-
ma especulación a las cumbres más altas de la razón, era como un
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niño ante los sublimes e inefables misterios de la fe: solía arrodillarse
delante del crucijo y al pie del altar, implorando la luz de la inteli-
gencia y la pureza de corazón que permiten escrutar lúcidamente los
secretos de Dios [23]. Reconocía gustoso que había aprendido más en
la oración que en el estudio [24], y mantenía tan vivo el sentido de la
trascendencia divina que ponía como condición primordial, previa a
cualquier investigación teológica, este principio: “en esta vida tanto
más perfectamente conocemos a Dios, cuanto mejor entendemos que
sobrepasa toda capacidad intelectual” [25]. Y hay que considerar esta
armación no sólo como la tesis principal y como el fundamento del
método de investigación que da lugar a la llamada teología “apofác-
tica”, sino también como muestra de su humildad intelectual y de su
espíritu de adoración.
Si tenemos en cuenta que Santo Tomás supo armonizar perfecta-
mente el espíritu profundamente cristiano y la agudeza de su talento
especulativo, abierto a todos los logros del pensamiento, tanto anti-
guo como contemporáneo, no puede sorprendernos que, en plena cri-
sis del siglo XIII, lograra encontrar nuevas fórmulas para denir las
relaciones entre la razón y la fe; que evitase a tiempo que la doctrina
teológica se desviase bajo el inujo de las nuevas corrientes losó-
cas; que disipase cualquier compromiso equívoco entre las verdades
de razón y las reveladas; nalmente, que presentase batalla a la doc-
trina de las “dos verdades” -de razón y de fe- que los cristianos podían
admitir, aunque fuesen contradictorias, por motivos diversos; doctri-
na cuyos fautores socavaban la unidad íntima del hombre cristiano y
pretendían canonizar ya entonces las polémicas doctrinales que más
tarde, abandonado el equilibrio conseguido por Santo Tomás, iban a
desgarrar la cultura europea [26].
13. Al realizar la obra cumbre del pensamiento medieval, Santo
Tomás no se encontraba solo. Antes y después de él, otros muchos
doctores ilustres trabajaron en la misma dirección: entre ellos hay
que recordar a San Buenaventura -de cuya muerte se celebra también
el VII centenario, pues falleció el mismo año que Santo Tomás-, a San
Alberto Magno, Alejandro de Hales y Duns Scoto. Pero sin duda San-
to Tomás, por disposición de la divina Providencia, puso el remate a
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toda la teología y losofía “escolástica”, como suele llamarse, y jó
en la Iglesia el quicio central en torno al cual, entonces y después, ha
podido girar y avanzar con paso seguro el pensamiento cristiano.
A él, el Doctor Común de la Iglesia, dedicamos nuestro aplauso
en este año siete veces centenario de su muerte, como homenaje de
gratitud por todo lo que hizo en benecio del pueblo cristiano y como
reconocimiento y exaltación pública de su grandeza imperecedera.
II. Valores perennes de la doctrina y del método de Santo
Tomás
14. La gura del Aquinate desborda el contexto histórico y cultu-
ral en que se movió, situándose en un plano de orden doctrinal que
trasciende las épocas históricas transcurridas desde el siglo XIII has-
ta nuestros días. Durante esos siglos la Iglesia ha reconocido la im-
portancia y el valor perenne de la doctrina tomista, especialmente en
algunos momentos señalados, como en los Concilios Ecuménicos de
Florencia, de Trento y Vaticano I [27], con ocasión de la promulga-
ción del Código de Derecho Canónico [28], y en el Concilio Vaticano
II, del que luego volveremos a hablar.
Además, nuestros predecesores y nosotros mismos, hemos ar-
mado repetidas veces la autoridad de Santo Tomás. No se trata -que-
de bien claro- de un conservadurismo a ultranza, cerrado al sentido
de evolución histórica y medroso ante el progreso, sino de una opción
fundada en razones objetivas e intrínsecas a la doctrina losóca y
teológica del Aquinate, que nos permiten ver en él a un hombre, de-
parado, por superior designio, a la Iglesia, el cual, con la originalidad
de su trabajo creador, imprimió una trayectoria nueva a la historia
del pensamiento cristiano y principalmente de las relaciones entre la
inteligencia y la fe.
15. Para resumir aquí brevemente las razones a que hemos alu-
dido, recordaremos ante todo el realismo gnoseológico y ontológico,
que es la característica primera y principal de la losofía de Santo To-
más. Podemos denirlo también como realismo crítico, pues estando
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vinculado a la percepción sensible y por tanto a la objetividad de las
cosas, proporciona el sentido verdadero y positivo del ser. Este realis-
mo posibilita una elaboración mental ulterior que, aún universalizan-
do los datos del conocimiento sensible, no se aleja de ellos dejándose
arrebatar por el torbellino dialéctico del pensamiento subjetivo, para
terminar casi fatalmente en un agnosticismo más o menos radical.
Primo in intellectu cadit ens, dice el Angélico en un pasaje famoso
[29]. En este principio fundamental estriba la gnoseología de Santo
Tomás, cuya mayor novedad consiste en la equilibrada valoración de
la experiencia sensible y de los datos auténticos de la conciencia en el
proceso cognoscitivo, que, sometido a reexión crítica, es el punto de
arranque de una sana ontología y en consecuencia de todo el edicio
teológico. Por eso se ha podido denir el pensamiento de Santo To-
más como la losofía del ser, considerado tanto en su valor universal,
como en sus condiciones existenciales; igualmente es sabido que a
partir de esta losofía, el Aquinate se remonta a la teología del Ser
divino, cual subsiste en mismo y cual se revela en su Palabra y en los
eventos de la economía de la salvación, especialmente en el misterio
de la Encarnación.
Nuestro predecesor Pío XI alabó este realismo ontológico y gno-
seológico, en un discurso pronunciado a los jóvenes universitarios,
con estas signicativas palabras: “En el Tomismo se encuentra, por
así decir, una especie de Evangelio natural, un cimiento incompara-
blemente rme para todas las construcciones cientícas, porque el
Tomismo se caracteriza ante todo por su objetividad; las suyas no son
construcciones o elevaciones del espíritu puramente abstractas, sino
construcciones que siguen el impulso real de las cosas... Nunca decae-
rá el valor de la
doctrina tomista, pues para ello tendría que decaer el valor de las
cosas” [30].
16. Una losofía y una teología de esta índole son posibles gracias
al reconocimiento de la capacidad cognoscitiva del entendimiento
humano, fundamentalmente sano y dotado de un cierto gusto del ser;
en efecto, el entendimiento tiende a ponerse en contacto con el ser en
toda experiencia, pequeña o grande, de la realidad existencial, para
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
asimilarla plenamente y remontarse así a la consideración de las ra-
zones y causas supremas que la explican denitivamente.
Ciertamente Santo Tomás, como lósofo y teólogo cristiano, des-
cubre en todos y cada uno de los seres una participación del Ser ab-
soluto, que crea, sostiene y con su dinamismo mueve ex alto todo el
universo creado, toda vida, cada pensamiento y cada acto de fe.
Partiendo de estos principios, el Aquinate, mientras exalta al
máximo la dignidad de la razón humana, ofrece un instrumento va-
liosísimo para la reexión teológica y al mismo tiempo permite de-
sarrollar y penetrar más a fondo en muchos temas doctrinales sobre
los que él tuvo intuiciones fulgurantes. Así, los que se reeren a los
valores trascendentales y la analogía del ser; la estructura del ser li-
mitado compuesto de esencia y existencia; la relación entre los seres
creados y el Ser divino; la dignidad de la causalidad de las creaturas
con dependencia dinámica de la causalidad divina; la consistencia
real de las acciones de los seres nitos en el plano ontológico, con sus
repercusiones en todos los campos de la losofía y de la teología, de
la moral y de la ascética; la organicidad y el nalismo del orden uni-
versal. Y si nos remontamos a la esfera de la verdad divina, hay que
decir lo mismo de la idea de Dios como Ser subsistente, cuya miste-
riosa vida ad intra nos da a conocer la revelación; la deducción de los
atributos divinos; la defensa de la transcendencia divina contra cual-
quier tipo de panteísmo; la doctrina de la creación y de la providencia
divina con que Santo Tomás, superando las imágenes y penumbras
del lenguaje antropomórco, con el equilibrio y el espíritu de fe que
le caracterizan, llevó a cabo una obra que hoy tal vez se llamaría de
“demitización”, pero que podemos denir con mayor precisión como
penetración racional, guiada, apoyada e impulsada por la fe, del con-
tenido esencial de la revelación cristiana.
En esta línea y por estas razones, Santo Tomás, así como exaltó la
razón, del mismo modo prestó también un servicio ecacísimo a la fe,
como proclamó nuestro predecesor León XIII en un texto memora-
ble, según el cual el Doctor Angélico “distinguiendo netamente, como
debe ser, la razón y la fe, y conciliándolas armónicamente, salvaguar-
dó los derechos y tuteló la dignidad de ambas, de suerte que la razón,
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remontándose en alas de su genio a las más altas posibilidades huma-
nas, ya apenas puede elevarse más; y la fe no puede casi esperar de la
razón ayudas más numerosas y valiosas que las conseguidas gracias a
Santo Tomás” [31].
17. Otra razón de la importancia y del valor perenne del pensa-
miento de Santo Tomás nos la ofrece el hecho de que él, precisamente
por la universalidad y trascendencia de las razones supremas puestas
en el centro de su losofía -el ser- y de su teología-el Ser divino-, no
pretendió construir un sistema de pensamiento cerrado en sí mismo,
sino que elaboró una doctrina susceptible de enriquecimiento y pro-
greso continuos. En efecto, lo que él mismo hizo asimilando los frutos
de las losofías antiguas y medievales, así como las escasas conquis-
tas de las ciencias antiguas, puede repetirse siempre con relación a
cualquier dato verdaderamente válido ofrecido tanto por la losofía
como por la ciencia, aun la más avanzada; lo demuestra la experiencia
de numerosos autores que han encontrado precisamente en la doctri-
na de Santo Tomás los puntos más aptos para acoplar muchos resul-
tados particulares de la reexión losóca y cientíca en un contexto
de valor universal.
18. A este propósito hay que repetir que la Iglesia, aunque admite
sin ningún reparo ciertas limitaciones en la doctrina de Santo Tomás,
sobre todo en los puntos en que depende más de las ideas cosmo-
lógicas y biológicas medievales, advierte sin embargo que no todas
las teorías losócas y cientícas pueden reclamar por igual un sitio
dentro de la visión cristiana del mundo o pretender ser consideradas
plenamente cristianas. En realidad, ni siquiera los lósofos de la an-
tigüedad, entre ellos Aristóteles, su preferido, fueron aprobados en
este sentido, o aceptados íntegra y acríticamente por Santo Tomás.
Con relación a ellos, el Aquinate adoptó criterios que siguen siendo
válidos para discernir la aceptabilidad cristiana del pensamiento lo-
sóco y cientíco actual.
En efecto, mientras Aristóteles y otros lósofos -con las debidas
recticaciones y adaptaciones- podían y pueden aceptarse en virtud
del valor universal de sus principios, su respeto a la realidad objetiva
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
y su reconocimiento de un Dios distinto del mundo, no puede decirse
lo mismo de las losofías o teorías cientícas, cuyos principios funda-
mentales sean incompatibles con la fe religiosa, ya por apoyarse en el
monismo, ya por negar la trascendencia, ya por su subjetivismo o su
agnosticismo.
Desgraciadamente hay muchas doctrinas y sistemas modernos ra-
dicalmente irreconciliables con la fe y la teología cristianas. Sin em-
bargo, Santo Tomás enseña cómo, incluso en este caso, dichos siste-
mas pueden proporcionar, ya aportaciones particulares útiles para el
perfeccionamiento y desarrollo constantes de la doctrina tradicional,
ya al menos estímulos para reexionar sobre puntos antes ignorados
o insucientemente explicados.
19. El método seguido por Santo Tomás en este trabajo de con-
frontación y asimilación puede servir también de ejemplo a los estu-
diosos de nuestro tiempo. En efecto, se sabe que entablaba con todos
los pensadores del pasado y de su tiempo -cristianos y no cristianos-
una especie de diálogo intelectual. Estudiaba sus sentencias, opinio-
nes, dudas y dicultades, intentando comprender su íntima raíz ideo-
lógica y no pocas veces sus condicionamientos socio–culturales.
Luego, exponía su pensamiento, especialmente en las Quaestiones
y en las Summae. No se trataba sólo de un inventario de dicultades
que había que resolver o de objeciones que había que refutar, sino de
un planteamiento dialéctico del procedimiento, que lo impulsaba a la
búsqueda y a la elaboración de tesis seguras sobre los puntos que eran
objeto de reexión o de discusión. A veces la confrontación era serena y
noblemente polémica, como por ejemplo, cuando se trataba de defen-
der una verdad impugnada: Contra Errores, Contra Gentes, Contra
Impugnantes, etc. Pero en cualquier caso entablaba un diálogo, que se
desarrollaba con plena y generosa disposición de espíritu para recono-
cer y admitir la verdad, quienquiera que la dijese; es más, esta disposi-
ción llevaba a Santo Tomás en no pocos casos a dar una interpretación
benigna de sentencias que en el debate resultaban erróneas.
Por este camino Santo Tomás llegó a una síntesis grandiosa y ar-
mónica del pensamiento, de valor verdaderamente universal, en vir-
tud de la cual es maestro también en nuestro tiempo.
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20. Queremos señalar nalmente otro mérito que contribuye no
poco a la utilidad y excelencia de la doctrina de Santo Tomás: nos
referimos a su estilo literario, límpido, sobrio, preciso, forjado en
el ejercicio de la enseñanza, en la discusión y en la redacción de sus
obras. Baste repetir a este propósito lo que se leía en la antigua litur-
gia dominica en la esta del Aquinate: Stilus brevis, grata facundia;
celsa, rma, clara sententia (Estilo conciso, exposición agradable,
pensamiento profundo, denso, claro) [32].
No es ésta la última razón de la utilidad de acudir a Santo Tomás en
un tiempo como el nuestro, en el que a menudo se emplea un lenguaje
o demasiado complicado y retorcido, o demasiado tosco y vulgar, o
incluso tan ambiguo que no sirve ni de vehículo del pensamiento, ni
de mediador entre los que están llamados al intercambio y comunión
en la verdad.
III. El ejemplo de Santo Tomás para nuestro tiempo
21. En el VII centenario de la muerte de Santo Tomás, queremos re-
cordar una vez más lo que piensa la Iglesia sobre su función en la orien-
tación de los estudios teológicos y losócos. Así se verá claramente
por qué la Iglesia ha querido que las escuelas católicas reconocieran y
siguieran al Aquinate como “Doctor común” en estas materias.
Los Romanos Pontíces sostuvieron con su autoridad la doctrina
de Santo Tomás cuando aún vivía; protegieron al Maestro y defen-
dieron también su doctrina contra los adversarios. Y después de su
muerte, cuando algunas proposiciones suyas fueron condenadas por
autoridades locales, la Iglesia no dejó de honrar al el seguidor de la
verdad, sino que raticó su veneración inscribiéndolo en el registro
de los Santos (18 de julio de 1323) y concediéndole el título de Doctor
de la Iglesia (11 de abril de 1567).
22. De esta manera la Iglesia ha querido reconocer en la doctrina
de Santo Tomás la expresión particularmente elevada, completa y el
de su Magisterio y del sensus dei de todo el pueblo de Dios, como se
habían manifestado en un hombre provisto de todas las dotes necesa-
rias y en un momento histórico especialmente favorable.
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
La Iglesia, para decirlo brevemente, convalida con su autoridad la
doctrina del Doctor Angélico y la utiliza como instrumento magníco,
extendiendo de esta manera los rayos de su Magisterio al Aquinate,
tanto y más que a otros insignes Doctores suyos. Lo reconoció nuestro
predecesor Pío XI, al escribir en la Encíclica Studiorum Ducem: “A
todo el mundo cristiano interesa que esta conmemoración centenaria
se celebre dignamente, porque honrando a Santo Tomás no sólo se
maniesta estima hacia él, sino que se reconoce también la autoridad
de la Iglesia docente [33].
23. Ahora bien, como sería prolijo citar todas las pruebas de
la gran veneración dada por la Iglesia y los Romanos Pontífices a
Santo Tomás, nos limitaremos a recordar que a finales del siglo
pasado, cuando ya se hacían sentir por doquier las consecuencias
de la pérdida del equilibrio entre la razón y la fe, volvieron a pro-
poner su ejemplo y su magisterio como factores que contribui-
rían a conseguir la unión entre la fe religiosa, la cultura y la vida
civil, aunque fuera de manera distinta y adaptada a los nuevos
tiempos.
La Sede Apostólica inició y estimuló a un orecimiento de los estu-
dios tomistas. Nuestros predecesores, a partir de León XIII, y debido
al fuerte impulso que él mismo dio con la Encíclica Aeterni Patris,
recomendaron el amor al estudio y doctrina de Santo Tomás, para
manifestar “la consonancia de su doctrina con la ‘revelación’ divina”
[34], la armonía entre la fe y la razón dentro de sus respectivos de-
rechos [35], el hecho de que la importancia concedida a su doctrina,
lejos de suprimir la emulación en la búsqueda de la verdad, la estimu-
la más bien y la guía con seguridad [36]. Además, la Iglesia ha pre-
ferido la doctrina de Santo Tomás, proclamándola como propia [37],
sin armar con ello que no sea lícito seguir otra escuela que tenga
derecho de ciudadanía en la Iglesia[38], y la ha favorecido a causa de
su experiencia multisecular [39].
También en la actualidad el Angélico y el estudio de su doctrina
constituyen, por ley, la base de la formación teológica de los que es-
tán llamados a la misión de conrmar y robustecer dignamente a los
hermanos en la fe [40].
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24. También el Concilio Vaticano II ha recomendado a Santo To-
más, dos veces, a las escuelas católicas. En efecto, al tratar de la for-
mación sacerdotal, armó: “Para explicar de la forma más completa
posible los misterios de la salvación, aprendan los alumnos a pro-
fundizar en ellos y a descubrir su conexión, por medio de la especu-
lación, bajo el magisterio de Santo Tomás” [41]. El mismo Concilio
Ecuménico, en la Declaración sobre la Educación Cristiana, exhorta
a las escuelas de grado superior a procurar que, “estudiando con
esmero las nuevas investigaciones del progreso contemporáneo, se
perciba con mayor profundidad cómo la fe y la razón tienden a la
misma verdad”, y arma acto seguido que a este n es necesario
seguir los pasos de los Doctores de la Iglesia, especialmente de San-
to Tomás [42]. Es la primera vez que un Concilio Ecuménico reco-
mienda a un teólogo, y éste es Santo Tomás. En cuanto a nosotros,
entre otras cosas, baste repetir las palabras que pronunciamos en
otra ocasión: “Los que tienen encomendada la función de enseñar...
escuchen con reverencia la voz de los Doctores de la Iglesia, entre
los que ocupa un lugar eminente Santo Tomás; en efecto, es tan po-
deroso el talento del Doctor Angélico, tan sincero su amor a la ver-
dad y tan grande su sabiduría al indagar las verdades más elevadas,
al explicarlas y relacionarlas con profunda coherencia, que su doc-
trina es instrumento ecacísimo, no sólo para poner a buen seguro
los fundamentos de la fe, sino también para recabar de ella de modo
útil y seguro frutos de sano progreso” [43].
25. Nos preguntamos ahora si Santo Tomás de Aquino, que -como
hemos expuesto- dejó marcada su huella en los siglos, tiene algo que
ofrecer a nuestro tiempo. Muchos hombres de hoy, más claramen-
te que en el pasado, o niegan o ponen en duda que pueda interesar-
les el mensaje evangélico; y no sólo son los no cristianos quienes se
plantean el problema. Este roza también el pensamiento de algunos
católicos, que confrontan las propias creencias con la civilización ac-
tual y con los principales puntos de la cultura profana. A menudo se
formulan objeciones de este tipo en nombre de la moderna crítica del
lenguaje, y se arma fácilmente que el lenguaje, o sea el vocabulario
de la fe, ha perdido su transparencia y su capacidad de signicación.
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
A estas objeciones hay que añadir al hecho de que reiteradamente
se ponen en tela de juicio las grandes obras que sintetizan la doctrina
escolástica; y no siempre se distinguen sucientemente entre la fe en
sí y la especulación teológica. En efecto, el lenguaje mismo de la teo-
logía escolástica, asociado al de una losofía antigua, en función de
ideas superadas, propias de un mundo y de una condición humana
completamente distintos de los nuestros, es considerado con dema-
siada frecuencia como inaceptable e incomprensible. Y no podría ser
de otro modo -así se cree-, puesto que las ciencias, la técnica, las rela-
ciones sociales, la cultura, la vida pública, etc., han originado profun-
das transformaciones. Ha habido cambios a nivel del proceso racio-
nal del pensamiento y sobre el modo de abordar losócamente las
cuestiones y de tratar con las fuerzas humanas los temas de la fe. Los
sistemas teológicos de antes no encuentran ya en la cultura moderna
la correspondencia natural de las cosas con las palabras que los auto-
res y hombres de la época utilizaban para designarlas. Se sigue que,
estando cerca de la forma mental propia de la época medieval, el pen-
samiento teológico de Santo Tomás -como el de cualquier otro autor
de la época escolástica-, resulta ahora un tanto difícil, exige tiempo
y esfuerzo a los que quieren familiarizarse con él y queda reservado
más que nunca a los especialistas dedicados a estos estudios.
Consciente de esta evolución, el reciente Concilio Ecuménico ha
colocado intencionadamente en una perspectiva nueva a la Iglesia,
que reexiona sobre misma y que está presente en un mundo
cuya novedad tan nítidamente percibía. ¿Es lícito por eso armar
que Santo Tomás debe ser incluido en el grupo de aquellos que, le-
jos de ser útiles para la fe y la propagación de la verdad cristiana, la
obstaculizan? Eludir este problema e ignorar su alcance supondría
traicionar el espíritu mismo de Santo Tomás, que procuró siempre
descubrir toda fuente de saber. Estamos convencidos de que tam-
bién hoy se esforzaría por descubrir todo lo que cambia al hombre,
sus condiciones, su mentalidad y su comportamiento. El gozaría
ciertamente de todos los medios hoy a su alcance para hablar de
Dios de manera más digna y conveniente que en el pasado, pero sin
perder aquella seguridad, noble y serena, que sólo la fe puede dar al
entendimiento humano.
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Dentro de la Iglesia, los intelectuales, incluidos los profesores es-
pecialistas de las ciencias sagradas, conscientes ahora más que nun-
ca de los vastos y graves cambios producidos y de la necesidad de
confrontar seriamente el presente con lo que en el transcurso de los
siglos era como el alma del cristianismo, propenden menos a escu-
char a Santo Tomás. Por eso, parece conveniente que, al justo elogio
tributado a este genio, añadamos alguna exhortación sobre la recta
utilización de su obra, necesaria hoy para adherirse a su espíritu y a
su pensamiento.
26. No se crea, como se hace con demasiada frecuencia, que la
doctrina escolástica es fácilmente accesible, como lo fue en los siglos
pasados. En efecto, no basta repetir materialmente la doctrina, las
fórmulas, los problemas y el tipo de exposición con que solían tratar-
se antiguamente estas cuestiones. Una repetición así no garantizaría
la verdadera delidad a la doctrina de nuestro autor, comprometería
su comprensión, particularmente necesaria en nuestro tiempo, e in-
cluso podría desvirtuar los gérmenes de ideas que el entendimiento
está llamado a desarrollar.
Por lo tanto, principalmente los que se dedican en la Iglesia al mi-
nisterio de estudiar y enseñar la teología, realicen el esfuerzo necesario
para que el pensamiento del Doctor Angélico pueda ser comprendido
en su vitalidad fuera del ámbito restringido de la escuela. De esta ma-
nera podrán guiar a los que, sin posibilidades para hacer este esfuerzo,
tienen necesidad de aprender sus líneas maestras, el equilibrio doctri-
nal y, sobre todo, el espíritu que penetra e informa todas sus obras.
Evidentemente, esta labor de actualización del patrimonio doctri-
nal escolástico–tomista deberá llevarse a cabo de acuerdo con la pers-
pectiva más amplia indicada por el Concilio Vaticano II en el pasaje
antes citado del Decreto Optatam totius,16: es preciso que la teología
dogmática se alimente más abundantemente y más íntimamente de
las riquezas de la Sagrada Escritura, se abra más a las fecundas apor-
taciones de la patrística oriental y occidental, preste mayor atención
a la historia del dogma, estreche su contacto con la vida y la liturgia
de la Iglesia y, nalmente, se muestre más sensible a los problemas
concretos de los hombres en las distintas situaciones.
113
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
27. Un segundo deber tienen los que en nuestro tiempo de-
sean ser discípulos de Santo Tomás: es preciso considerar atenta-
mente lo que más interesa hoy a cuantos se esfuerzan por obtener
una mejor inteligencia de la fe; si no se hace esto, la fe no podría
sacudir ni interesar a los espíritus. En efecto, si no se penetra
bien en el pensamiento contemporáneo, es imposible distinguir,
y mucho más exponer -cotejando adecuadamente las diferencias
y semejanza-, el tema que se aborda y al que la teología ilumina
plenamente.
Si se ocasiona un grave perjuicio a la auténtica ciencia de Dios y
del hombre ignorando las nuevas formas de doctrina, encerrándose
dentro de las fronteras del pasado, hay que decir que sucede lo mismo
cuando se rechazan a priori la doctrina o la escuela de los grandes
Doctores, alimentándose tan sólo con las ideas a veces especiosas de
nuestro tiempo. Los verdaderos discípulos de Santo Tomás no deja-
ron nunca de efectuar este cotejo necesario. ¡Cuántos de ellos, y parti-
cularmente especialistas en Sagrada Escritura, losofía, historia, an-
tropología, ciencias naturales, cuestiones económicas y sociales, etc.,
demuestran claramente con sus obras que también bajo este aspecto
le deben mucho al gran Doctor!
28. A estas dos exhortaciones añadimos una tercera: Nos referi-
mos a la necesidad de buscar, como en un diálogo ininterrumpido,
una comunión vital con el propio Santo Tomás. En efecto, éste se
presenta a nuestra época como maestro de un método ecacísimo de
pensar, al ir directamente a la raíz de lo que es esencial, al aceptar con
humildad y buena disposición la verdad de donde quiera que venga,
y al dar un ejemplo singular del modo cómo deben armonizarse en-
tre sí los tesoros y las exigencias supremas de la mente humana y las
profundas realidades contenidas en la palabra de Dios. Nos enseña
también a ser inteligentes en la fe, a serlo plena y valientemente. De
esta manera se verica un avance ulterior de la razón, pues la inteli-
gencia, consagrándose a todos los hombres, grandes o pequeños, de
los que el teólogo es hermano por la fe, en premio a este servicio de
dirección intelectual y a la gloria que da a Dios, recibe honor por ho-
nor, luz por luz.
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29. Como hemos explicado antes, para ser hoy el discípulo de
Santo Tomás, no basta proponerse hacer, utilizando sólo los medios
que nos ofrece nuestro tiempo, lo que hizo él en su época. El que
quiera imitarlo, contentándose con avanzar por un camino paralelo
al suyo, sin tomar nada de él, será difícil que llegue a un resultado
positivo, o que por lo menos ayude a la Iglesia y al mundo proporcio-
nándoles la luz que necesitan. En efecto, no hay delidad verdadera y
fecunda, si no aceptan los principios de Santo Tomás, recibiéndolos
como de sus manos; estos principios son faros que arrojan luz sobre
los problemas más importantes de la losofía y hacen posible enten-
der mejor la fe en nuestro tiempo, así como los puntos fundamentales
de su sistema y sus ideas fuerza. De esta manera el pensamiento del
Doctor Angélico, cotejado con las aportaciones siempre nuevas de las
ciencias profanas, experimentará, en virtud de una especie de fecun-
dación mutua, una nueva primavera de vitalidad y lozanía. Como ha
escrito recientemente un insigne teólogo, miembro del Sacro Colegio:
“El mejor modo de honrar a Santo Tomás es ahondar en la verdad a
la que el sirvió, y, en la medida de lo posible, demostrar su capacidad
para incorporar los descubrimientos que, con el paso del tiempo, el
ingenio humano logra realizar”[44].
30. Esto es lo que Santo Tomás hizo de maravilloso y lo que noso-
tros hemos creído que debíamos recordar en esta celebración cente-
naria, esperando rmemente que sea de gran utilidad para la Iglesia.
Mas no queremos poner n a esta Carta, sin recordar también que el
Santo Doctor de la Iglesia -como arma su primer biógrafo-, no sólo
“con la claridad de su doctrina ganó más discípulos que los demás
para el amor a la ciencia” [45], sino que dio también ejemplo magní-
co de santidad, digno de ser imitado por los contemporáneos y por
la posteridad.
Baste referir las famosas palabras que pronunció poco antes de
terminar su breve peregrinación terrena y que parecen digno colofón
de su vida: “Te recibo, precio de la redención de mi alma, te recibo,
viático de mi peregrinación, por cuyo amor he estudiado, velado y
trabajado; te he predicado y enseñado; jamás he dicho nada contra ti,
pero si acaso lo hubiera dicho, ha sido de buena fe y no sigo obstinado
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
en mi opinión. Si algo menos recto he dicho sobre éste lo demás sa-
cramentos, lo confío completamente a la corrección de la santa Iglesia
romana, en cuya obediencia salga ahora de esta vida” [46].
Sin duda por ser santo, “el más santo entre los doctos y el más doc-
to entre los santos”, como de él se ha dicho [47], nuestro predecesor
León XIII no sólo lo propuso como maestro y guía, sino que también
lo proclamó patrono de todas las escuelas católicas de cualquier or-
den y grado[48]; título que nos place raticar.
Deseando que esta celebración en honor de tan gran gura pro-
duzca frutos saludables no sólo para la Orden de Frailes Predicado-
res, sino también en benecio y provecho de toda la Iglesia, a ti, queri-
do hijo, a tus hermanos en religión y a todos los profesores y alumnos
de las escuelas eclesiásticas, los cuales corresponderán a nuestros
deseos, impartimos la bendición apostólica, como augurio de luz y de
fuerza celeste.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de noviembre de 1974,
año XII de nuestro ponticado.
PAULUS PP. VI
Notas
[1] Discurso al Comité promotor del Index Thomisticus: L’Osservatore
Romano. 20-21 mayo 1974.
[2] Alocución al Congreso sobre Santo Tomás de Aquino en el VII
centenario de su muerte: cf. L’Osservatore Romano, 22-23 abril 1974.
[3] Pío XI, Encícl. Studiorum Ducem: AAS 15, 1923, p. 314. Cf. J. J.
Berthier, Sanctus Thomas Aquinas “Doctor Communis” Ecclesiae
Romae 1914, p. 177 ss.”; J. Koch, Philosophische undtheologische Irr-
tumlisten von 1270-1329: Mélanges Mandonnet, París 1930, t. II, p.
328, n. 2; J. Ramirez, De autoritate doctrinali S. Thomas Aquinatis.
Salmanticae 1952, pp. 35-107.
[4] Cf. M. Cordovani, San Tommasso nella parola di S.S. Pio XI: An-
gelicum VI, 1929, p. 10.
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[5] Encícl. Studiorum Ducem: AAS 15, 1923, p. 323.
[6] Cf. Summa Theologiae, I-II. Q. 21, a. 4, ad 3; Ed. Leonina, VI, p,
167.
[7] Breve Ad Deum per rerum naturae: AAS 34, 1942, pp. 89-91.
[8] Cf. M. D. Chenu, Introduction à l’étude de Saint Thomas d’Aquin,
Paris 1950, p. 183 ss.
[9] Cf. Summa Theologiae, I, q. 1, a. 8, ad 2: Ed. Leonina, IV, p. 22.
[10] Cf. Summa Theologiae, I-II, q, 94, a. 2: Ed. Leonina, VII, pp.
169-170.
[11] Summa Theologiae, II-II, q. 24, a. 3, ad 2: Ed. Leonina, VIII, p. 176.
[12] Cf. Summa Theologiae, II-II, q. 1, a. 10, ad 3: Ed. Leonina. VIII,
p. 24.
[13] Cf. Summa Theologiae, ib., a. 10: 1. C.: Lc 22, 32 allí citado.
[14] Summa Theologiae, II-II, q, 1, a. 10: Ed. Leonina, VIII, pp. 23-
24. Consúltese lo que escribió Santo Tomás en el opúsculo In Sym-
bolum Apostolorum Expositio acerca de la Iglesia Romana: Dominus
dixit... “Non praevalebunt”. Et inde est quod sola Ecclesiae Petri (in
cuis partem venit tota Italia, dum discipuli mitterentur ad praedi-
candum) semper fuit rma in de: et cum in aliis partibus vel nulla
des sit, vel sit commixta multis erroribus, Ecclesia tamen Petri et
de viget et ab erroribus munda est. Nec mirum, quia Dominus dixit
Petro (Lc 22, 32): “Ego rogavi pro te, Petre, ut non deciat des tua”
(a. 9: Ed. Parmensis, t. XVI, 1865, p. 148).
[15] Cf. Vita S. Thomae Aquinatis auctore Guillelmo de Tocco, cap.
XIV: Fontes vitae S. Thomae Aquinatis, ed. D. Prümmer, o.p., fasc. II,
Saint-Maximin (Var) 1924, p. 81.
[16] Summa Theologiae, I-II, p. 109, a. 1, ad I: Ed. Leonina, VII, p. 290.
[17] Expositio super librum Boethii de Trinitate, q. 2, a. 3 ad 8: rec.
B. Decker,Leiden 1955, p. 97. Cf. Summa Theologiae, I, q. 1, a. 6, ad
2: Argumentum ad auctoritate dei est rmissimum, sed ad aucto-
ritate humana est debilissimum (Ed. Leonina, IV, p. 22). Otro texto
que evidencia la actitud no servil ni puramente historicista o eclética
de Santo Tomás en losofía: Studium philosophiae non est ad hoc
quod sciatur quid homines senserint, sed qualiter se habeat veritas
rerum: In librum Aristotelis de coelo et mundo commentarium, 1,
lect. XXII: Ed. Parmensis, t. XIX, 1865, p. 58. Cf. Tractatus de spi-
117
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Santo Tomás de Aquino, maestro de la Doctrina Social de la Iglesia
ritualibus creaturis, a. 10, ad 8. Ed. L. W. Keeler, Romae 1938, pp.
131-133.
[18] E. Gilson, L’esprit de la philosophie médiévale, Gilford Lectu-
res, Paris 1932, I, p. 42; Le Thomisme. Introduction à la philosophie
de Saint Thomas d’Aquin, Paris 1965, 6a. ed., passim. Cf. También
F. van Steen Berghen, Le mouvement doctrinal du XI au XIV siècle:
Fliche-Martin. Histoire de L’Eglise, vol. XIII, p. 270.
[19] Cf. In XII libros Metaphysicorum Aristotelis Expositio. II, lect. I:
Ed. Taurinensis, 1950, n. 287, p. 82.
[20] Cf. ib.
[21] Cf. Summa contra Gentiles, L. III, c. 48: Ed. Leonina, XIV, pp.
131-132.
[22] Cf. In Symbolum Apostolorum Expositio, a. I: Ed. Parmensis, t.
XVI, 1865, p.35: Nullus philosophorum ante adventum Christi cum
toto conatu suo potuit tantum scire de Deo et de necessariis ad vitam
aeternam, quantum post adventum Christi scit vetula per dem.
[23] Cf. Summa Theologiae, II-II, q. 8, a. 7: Ed. Leonina, VIII, p. 72; Vita
S. Thomae Aquinatis auctore Guillelmo de Tocco, caps. XXVIII, XXX,
IV: Fontes vitae S. Thomae Aquinatis, ed. cit., pp. 102-103, 104-105, 108.
[24] Vita S. Thomae Aquinatis auctore Guillelmo de Tocco, cap.
XXXI: ed. cit., pp. 105-106; cf. J. Pieper, Einführung zu Thomas von
Aquin, München 1958, p. 172 ss.
[25] Summa Theologiae, II-II, q. 8, a. 7: Ed. Leonina, VIII, p. 72.
[26] Cf. J. Pieper, op. c., p. 69 ss.
[27] León XIII, Encicl. Aeterni Patris: Leonis XIII Pont. Max. Acta, I,
Romae 1881, pp. 255-284.
[28] Codex Iuris Canonici, can. 1366, pár. 2; cf. can. 589, pár 1.
[29] Cf. Quaestiones disputatae De Veritate, q. 1, a. 1: Ed. Leonina,
XXII, vol. I, fasc. 2, p. 5.
[30] Discorsi di Pio XII, vol. I, Turín 1960, pp. 668-669.
[31] Encícl. Aeterni Patris: Leonis XIII Pont. Max. Acta, I, Romae
1881, p. 274.
[32] In festo S. Thomae Aquinatis, II Noct., IV Resp; cf. J. Pieper, op.
c., p.116.
[33] Encícl. Studiorum Ducem: AAS 15, 1923, p. 324. Téngase en
cuenta lo que escribió Santo Tomás acerca de las relaciones mutuas
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entre los doctores de la Iglesia (y los teólogos) y el Magisterio: Ipsa
doctrina Catholicorum Doctorum ab Ecclesia auctoritatem habet:
unde magis standum est auctoritati Ecclesiae cuam auctoritati vel
Augustini vel Hieronymi vel cuiuscumque Doctoris: Summae Theo-
logiae, II-II, q. 10, a. 12: Ed. Leonina, VIII. p. 94.
[34] Pío XII, Encícl. Humani generis: AAS 42, 1950, p. 573.
[35] Cf. León XIII, Encícl. Aeterni Patris: 1, c., ib.
[36] Cf. Pío II, Sermo habitus ad alumnus seminariorum, collegiorum
et institutorum utriusque cleri, 24 m. iun. a. 1939: AAS 31, 1939, p.247.
[37] Cf. Benedicto XV, Carta Encícl. Fausto appetente die: AAS 13,
1921, p. 332.
[38] Pío XII, Discurso pronunciado con ocasión del IV centenario de
la fundación de la Ponticia Universidad Gregoriana, 17 octubre de
1953: AAS 45, 1953, pp. 685-68”.
[39] Pío XII, Encícl. Humani generis: AAS 42, 1950, p. 573.
[40] Codex Iuris Canonici. can. 1366, pár. 2.
[41] Decreto Optatam totius sobre la formación sacerdotal, n. 16:
AAS 58, 1966, p. 723.
[42] Cf. Declaración sobre la Educación Cristiana, Gravissimum edu-
cationis, n. 10: AAS 58, 1966, p. 737.
[43] Discurso a los superiores, profesores y alumnos de la Ponticia
Universidad Gregoriana, 12 de marzo 1964: AAS 56, 1964, p. 365.
[44] Charles card. Journet, Actualité de Saint Thomas, Introd., Pa-
rís–Bruselas 1973.
[45] Vita S. Thomae Aquinatis auctore Guillelmo de Tocco, cap. XIV:
ed. cit., p. 81.
[46] Ib., cap. LVIII: ed. cit., p. 132.
[47] Cf. Discorsi di Pio XI, Turín 1960, vol. I, p. 783.
[48] Breve “Cum hoc sit”, De Sancto Thoma Aquinate Patrono coeles-
ti studiorum optimorum coeptando: Leonis XIII Pont. Max. Acta, II,
Romae 1882, pp. 103-113.